15/11/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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Hace 35 años, cuando aún vivía en León, entrevisté para el programa que hacía junto a Miguel Escanciano en la entonces ‘progresista’ Radio Popular de León, hoy la reaccionaria COPE, a un pintor andaluz cuyo nombre ya no recuerdo pero que me enseñó algunas cosas de la ciudad en la que vivía y que por mi familiaridad con ella no había intuido siquiera. Paseando por León, aquel pintor andaluz que exponía su obra en alguna galería leonesa de la época, me demostró, por ejemplo, que la gran aberración arquitectónica de la ciudad no eran tanto los nuevos edificios, que, como en todas las ciudades españolas, afeaban salvo excepciones su lámina paisajística, sino la aglomeración de varios de los mejores en el pequeño espacio que se extiende desde la plaza de Santo Domingo hasta el palacio renacentista de los Guzmanes, sede hoy de la Diputación provincial. Uno por uno, nos explicaba a Miguel Escanciano y a mí, entonces dos jovenzuelos con ínfulas intelectuales pero sin la sabiduría que da la experiencia, cada uno de esos edificios (recordemos: el Casino, hoy sede del BBVA, las dos o tres casas modernistas que acogen a sus espaldas otros negocios y domicilios particulares, el caserón neogótico de Botines y el palacio de la Diputación) son obras de mucho mérito, pero pegadas se matan unas otras, no sólo por su diferencia de estilos, sino porque cada una de ellas impide la visión completa de la de al lado. En concreto, el edificio, decía aquel visionario pintor, que más molesta es el de Gaudí, cosa que en aquel momento a mí me escandalizó, pues pensaba que era el mejor de todos.

Hoy, que he visto todos los edificios prácticamente que el arquitecto catalán realizó en su vida, de los cuales sólo tres los hizo fuera de Cataluña, dos de ellos en León: el Palacio Episcopal de Astorga y Botines en León, y que pienso que el reusano no tiene término medio: o maravilla o espanta, comprendo a aquel pintor andaluz y cada vez que paso frente a Botines pienso cuánto mejor estaría en otro lugar, en lo alto de Las Lomas por ejemplo, como un castillo escandinavo, que es lo que es realmente con perdón de los gaudinistas y los turistas, que sólo tienen ojos para él (la moda modernista manda) dejando de paso ver en su simetría completa la fachada del edificio verdaderamente importante de todo el entorno, que no es otro que el Palacio de la Diputación, émulo del salmantino de Monterrey y junto con la Catedral, la Basílica Real de San Isidoro y el Parador de San Marcos la cuarta joya de la arquitectura leonesa, y que desde que se construyó Botines es imposible admirar salvo en diagonal, lo cual es una tristeza.
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