22/03/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Bebida alcohólica que se distribuye a granel y es de mala calidad”. Es la definición que realiza el diccionario de la Real Academia Española del término ‘garrafón’. Perfectamente aplicable, en mi modesta opinión, al debate (o mejor dicho, refriega) que está suscitando la final de la Copa del Rey que disputarán el F.C. Barcelona y el Athletic de Bilbao el próximo 30 de mayo en vaya usted a saber dónde, que la sede sigue siendo un misterio insondable. Llamémosle Estadio X. Así de bien se gestiona el fútbol nacional.

A lo que vamos. Se da por hecho que miles de personas, en rojiblanco y en blaugrana, silbarán al unísono y con todas sus fuerzas cuando por los altavoces del mencionado Estadio X comience a sonar la música destinada a enaltecer el espíritu y los corazones de los españoles. Qué le vamos a hacer. Buena parte de la afición de Athletic y Barça carece de ese sentimiento de pertenencia a España. Guste o no y se entienda más o menos, así es. Y lo que te rondaré morena, atendiendo a cómo avivan el fuego unos y otros. En estos tiempos en los que seguimos sufriendo el azote de la crisis y el paro, algunos continúan sacando rédito del eterno juego de la afrenta nacionalista. Insisto: de un lado y de otro. Cierto es que los dos clubes finalistas no quieren o no se atreven a pedir a sus seguidores que reserven el aire de sus pulmones para animar a sus equipos.Y fácilmente imaginable es la sonrisa que esbozará Artur Mas, por dar un nombre, cuando se produzca la sonora pitada. De eso vive. Pero no menos cierto es que declaraciones como las realizadas recientemente por las populares Esperanza Aguirre y María Dolores de Cospedal, en este caso nacionalistas de la Rojigualda, no ayudan a conseguir paz y concordia. Más bien lo contrario. En caso de música de viento durante el himno, la primera de ellas aboga por suspender la final y disputarla en otra fecha y a puerta cerrada. Sentido común al poder, diga usted que sí. La segunda, más “comedida”, apuesta por jugar el encuentro pero después de haber desalojado del Estadio X a los flautistas, no de Hamelín, sino de “El Bocho” o Canaletas. ¿Se imaginan? Dice el policía: “¡Usted! A la calle, que le he visto pitar el himno”, a lo que responde el indignado aficionado: “Oiga, que yo los morritos los tenía puestos porque le iba a dar un beso a mi mujer”. Se me ocurre, y este guante se lo lanzo a doña Cospe, que también se podría televisar el partido en diferido, que de eso sabe ella un rato. Así, en vez de bajar el volumen del micrófono ambiente de TVE cuando suene la canción de la patria, pues directamente nos saltamos esa parte y a correr.

Otra vez las banderas, los himnos y los intereses políticos sacando lo peor de este país. Pero ya se sabe que las copas de garrafón es lo que tienen. Te corroen por dentro, ciegan la razón y terminan provocando agrias discusiones de barra de bar. Yo prefiero quedarme con ideas mejor destiladas. Como por ejemplo, lo que decía Albert Einstein: “El nacionalismo es una enfermedad infantil. El sarampión de la humanidad”.
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