24/07/2021
 Actualizado a 24/07/2021
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El otro día fui a hacerme unas gafas de sol graduadas y la óptica me dio con ellas un estuche amarillo fluorescente. Me dijo: ya verás qué bien lo encuentras en la bolsa de la playa. Pasamos a hablar de las dificultades que tenemos los miopes para, al salir del mar, encontrar el lugar donde hemos dejado las cosas. Ya unas cuantas veces he estado a punto de arrojarme en toallas sobre chicos desconocidos. Por suerte siempre he logrado notar mi error y darme la vuelta a tiempo.

La óptica me contó que su hermano tiene bastante miopía, por lo que su madre siempre compraba sombrillas muy llamativas. Cuando no encontraba una sombrilla que destacara, lo que hacía era coserle unos trozos de tela de colores. La óptica había aprendido esa lección de su madre, y a su hijo, que se mueve como rabos de lagartija, lo viste de flúor para encontrarlo rápidamente en los parques.

Tengo una amiga que dice que se viste para diferenciarse, le gusta la ropa original, mientras que su novio se viste para desaparecer. A mí me interesan mucho las estrategias de aparición y de desaparición porque hay veces en las que me toca ser visible y otras en las que quiero ocultarme. La ropa es la más sencilla pero hay varias fórmulas de visibilidad e invisibilidad que siempre resultan útiles.

Como no me gustan las despedidas, a veces desaparezco y tomo las de Villadiego. A ver, siempre con personas con las que sé que voy a volver a encontrarme. Después me siento culpable y envío guasaps y correos y me acabo despidiendo dos y tres veces.

Hay quienes han practicado con verdadero arte el arte de la desaparición. Entre los casos más conocidos está el de J. D. Salinger, que desapareció durante años y por eso mismo resultaba tan visible. Hay otros que, a fuerza de aparecer demasiado, desaparecen, como ocurre con aquellas cosas que vemos todos los días. Por eso no sabemos si nuestra calle tiene cinco o diez farolas ni cómo es la puerta del edificio de enfrente.

El verano es un momento propicio para la desaparición. Una desaparición gozosa, por elegida. Y además un recordatorio de lo poco importantes que somos, porque a ver quién nos distingue en una playa a no ser que vistamos de flúor.
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