18/09/2017
 Actualizado a 12/09/2019
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Les recomiendo una película, ‘Loreak’ –flores en euskera–. Es dura, pero hermosa. Con las flores como deliciosa excusa para presentarnos vidas paralelas José María Goenaga, Jon Garaño y Aitor Arregi desmadejan una serie de historias pegadas a las piel de cualquier espectador. Aunque el ritmo es más bien lento, es difícil no empatizar en algún momento con alguno de los personajes de la cinta, como es difícil no reconocer la belleza de un ramo de enamorados, de un profuso jardín, incluso de una emotiva corona. Las flores, con tan poco dicen tanto.

En Oporto, en la madrugada del primero de mayo, los compañeros recorren las calles colocando flores amarillas en la puertas de los trabajadores. Estamos de fiestas, no molestar, significa, en un gesto cargado de simbolismo, que por fortuna ha llegado hasta nuestros días. En la preciosa ciudad rumana de Sighiosara, en plena Transilvania, el primer día de colegio los alumnos acuden con ramos de flores a las escuelas, como garantía de comenzar el curso de la mejor manera posible. En Sant Jordi, fecha de escasa relevancia en León, se regalan rosas y libros, una combinación difícilmente superable. La virgen del Pilar se alzará en unos días sobre miles de ramos de flores en una de las ofrendas más multitudinarias. La Revolución de los Claveles, Las 13 Rosas, los cementerios por Todos los Santos, las alfombras florales del Corpus Christi, las hortensias de la costa, la amapola cuando nace en los trigales… La flor, cada flor, es la metáfora perfecta.

En León, los capilotes inspiran la fiesta en Riaño, en la Ribera del Órbigo se cultivaron adormideras durante años y los papones desfloran con ansia los tronos de los pasos al acabar las procesiones. Pero sobre todo ello recuerdo a las Desmadejadas que bombardearon de flores de punto la ciudad hace unos años en una colorida guerrilla urbana. Su recuerdo me llena de melancolía ahora que ya sentimos la caída de la hoja.
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