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Fielatos y tributos

06/06/2022
 Actualizado a 06/06/2022
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En La Bañeza, junto a lo que fue la estación y en uno de los principales accesos por carretera, hace décadas en desuso pero rehabilitado para conservar la estructura, toda la vida he visto un pequeño inmueble de apenas cuatro por cuatro metros que siempre me llamó la atención por su tamaño o por las historias y que me contaron en torno a esta caseta.

El fielato, presente en cualquier municipio de determinado tamaño a lo largo y ancho de esta España nuestra, era el lugar en el que antiguamente se encontraba la oficina para cobrar los impuestos por la entrada de mercancías de consumo, sobre todo alimentos. Era un sistema medieval de control y recaudación de impuestos que aún perduraba en algunos municipios hasta en los años sesenta pero que poco a poco fue sustituido por otros mecanismos de cobro.

Quienes conocieron su funcionamiento cuentan historias como la de las señoras que venían en tren y al llegar guardaban alguna gallina debajo de las faldas para eludir el pago de la tasa, la del borrachín que por no someterse al impuesto correspondiente por meter un garrafón lleno de vino pensó que ocultando parte en el estómago sólo pagaría por medio cántaro, incluso los que rodeaban tres kilómetros para no pasar por caja.

España siempre ha sido escuela de picaresca y siempre está dando ejemplos de historias que se repiten, sobre todo para intentar sacar al ciudadano medio de a pie hasta las entretelas del cuello de la camisa. Y si no me cree, aunque la mayor parte hayan sido destruidos y los pocos que queden están destinados a otros usos, piense en la de fielatos con los que se encuentra cada vez que sale de casa, coge el coche y viaja a otro lugar. Al pueblo de al lado, sin ir más lejos.

Sin obviar el precio de los combustibles, de los que la mitad son impuestos, sume impuesto de matriculación, anual de circulación –o de rodaje, vulgarmente–, el impuesto sobre las primas de seguro obligatorio, al pasar la ITV, peajes en autopistas de pago, zonas azules y de otros colores pero que exigen desembolso, IVA por todo y ahora las pegatinas de emisiones, mientras se expone a un ciento de multas por el camino en que seguro que todavía hay algún tributo más.
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