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Fardando en el güisqui club

Fardando en el güisqui club

OPINIóN IR

29/11/2022 A A
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Fardando en el güisqui club
Según se desprende de la RAE, lo que la expresión ‘fardar’ quiere decir, coloquialmente, es «presumir», «jactarse», o «alardear» generalmente de lo que uno no tiene. Digo esto porque como ya está finalizando el presente año, y el que viene, aunque hayan pasado los Reyes Magos, vendrá saturado de nombramientos y de un largo etc de puestos de designación directa, es decir, sin oposición que valga, cubiertos bajo el manto de «cargos de confianza», que si bien tienen que cesar cuando cesa la persona que les nombró., mientras tanto que me quiten lo ‘bailao’. Lo cierto es que, como se dice en la calle, tu mete la cabeza que después Dios dirá. A la par, los que están preparando y esperando la convocatoria de unas oposiciones en igualdad de oportunidades y méritos, ven como otros, saltándose a la torera los requisitos se hacen con los codiciados puestos.

No profundizo más en este tema, que tiempo habrá, porque de lo que quiero hablar, aunque no es de mi libro, es de un comportamiento simpático que en la juventud, varios jóvenes en este caso del genero masculino, protagonizaron. La acción se sitúa en León, allá por finales de los años sesenta y primeros de los setenta del pasado siglo (como me suena esto) cuando los chicos, sobre todo, estaban a ver como se podía uno acercar a una chica sin que ello fuera a mayores, pero que hiciera las funciones de extintor, calmándote los ímpetus hormonales de la edad. En cualquier situación de la vida se han dado infinidad de situaciones que han tenido una gracia incontenible. Aunque el tema esta manido, lo cierto es que el baile solía ser lo más socorrido para poder abrazar a una chica, aunque te pusiera los brazos como si de un parachoques se tratara. En esta estábamos cuando irrumpieron en España los llamados Güisqui Clubs, que no sé porque se llamaban así, si allí lo que menos se consumía era güisqui.

A lo que iba, con la cierta apertura que esos años se empezaba a llevar a cabo, proliferaron en León, y en toda España, este tipo de clubes que solían ser locales anexos a bares o cafeterías, con una pista no muy grande y con luces rojas, como alcahuetas, en los que para verte la cara tenías que encender un pitillo. Lo normal es que estos locales fueran frecuentados por parejas, llamémoslas, consolidadas o camino de ello. La música, lógicamente, era a base de discos, generalmente lentos: Adamo, Matt Monro y un sinfín de cantantes melódicos de los que facilitaban el acercamiento. No era fácil que las chicas, llamémoslas de comportamientos normales, y no comprometidas, accedieran a entrar en los citados clubes por la aureola de mala fama que tenían.

A lo que iba, y que pretendo suscite alguna sonrisa al contar lo que paso en uno de esos lugares, el hecho fue que unos chicos habían conocido a unas chicas de fuera que no pusieron ningún pero para acceder a ‘la Canasta’ (ya lo dije). A eso de las diez de la noche ellas tenían que volver al lugar donde estaban, en autobús. Al salir y pedir la cuenta al dueño del club, por otro lado más que conocido por los chicos acompañantes, este les dijo que ochenta pesetas de la época, que no era moco de pava, y se le dio un billete de cien peseta diciéndole: deja, quédate con la vuelta, a lo que seguro que las chicas quedaron impresionadas del poderío monetario de los acompañantes. El final de la historia, y que refleja la picardía de aquellos años en donde la propina alcanzaba lo justo, fue que una vez despedidas las chicas en la parada del autobús, estos amigos volvieron como alma que lleva el diablo a club diciéndole al dueño entre risas, «anda, suelta la vuelta», o te creías de verdad lo de la propina, no ves que era para impresionar, algo que por otro lado al dueño no le cayó de sorpresa conociendo las apreturas con las que se movían los jóvenes en aquellos años.
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