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Falsas apariencias (y III)

23/11/2020
 Actualizado a 23/11/2020
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Ya ven, en los trenes, en los juzgados, en las fronteras, en los bares… La lista de lugares donde las personas no son lo que parecen es tan larga como el mundo. La capacidad colonizadora del ser humano tampoco parece tener fin. A mí me fastidia que se abran nuevos espacios urbanos en León cuando otros están olvidados y comidos por las hierbas. Es la constatación de que la mano invisible ya es más bota en el cuello de los mismos que rechazaban al agente regulador de las fantasías caducadas. Con más de 14.000 viviendas vacías se construirán otras 1.500 que acabarán en manos –estas reales, no teóricas– de los únicos que ahora pueden comprarlas en esta ciudad, tal y como está la cosa. Lo único que veo positivo al nuevo polígono es el nuevo espacio en el que podré disfrutar de estas confusiones de las falsas apariencias, el Leroy Merlin. Ya tengo los típicos pantalones de montaña de color verde y una camiseta blanca listos para el momento. He ido perfeccionando la técnica desde la primera vez que un ingenuo cliente me confundió con un empleado del Brico Depot por mi look de dominguero de invierno (pantalón de montaña y forro polar negros con raya roja). Lo de que el hábito no hace al monje, puede que no sea una verdad absoluta, pero ya tengo una efectividad del cien por cien, prácticamente en cualquier sección de ferretería de grandes y no tan grandes superficies. La última vez no llevaba ni dos minutos en la tienda cuando tuve que recomendar a una señora muy amable que mejor se llevara una sierra circular en lugar de una sierra de calar si pensaba montar ella misma la cocina. Pero mi mejor golpe fue con uno de mis propios jefes.

–¡Coño, Mirantes! Perdona, te había confundido…–exclamó, cuando vio mi cara después de contarle a mi espalda lo que no encontraba.

–No pasa nada, estoy acostumbrado. Las vendas del Pladur están fuera de aquí, en la zona de construcción y albañilería. Si necesitas una llana, el tecer pasillo a la izquierda según entras.

–Gracias… ¿No trabajas aquí, no? –le escuché decir perplejo, mientras veía cómo me giraba para atender al siguiente cliente perdido de aquella anodina tarde de sábado.
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