25/05/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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Ya casi se cumplen 25 años desde que llegué a Madrid y el mes de mayo apenas ha cambiado, sigue siendo el mes de la cigarra que ha pasado el curso cantando y, cuando mayo mayea, las urgencias y el atracón final. Mayo siempre invadido por apuntes, subrayado en colores fosforitos y rojos de tonos varios, mayo encendiendo velas a los santos propicios, que nunca está de más. Mayo y el sol radiante fuera, tentador, vetado para mí. ¿Dónde quedó el mayo de las flores? Tenemos examen. Tenemos que estudiar.

Pero algo sí ha cambiado en mayo: mi cabeza ya no da de sí y los reyes visigodos se rebelan. Es bonita la Historia de España. Es triste que no conozcamos la Historia de España. Muy poco tenían que quererles sus madres visigodas para ponerles a sus hijos visigodos esos nombres. Muy malo tuve que ser en otra vida para castigo semejante: Sísifo de un mayo que se repite eternamente, mayo de exámenes finales. Nihil novi sub sole. Dijo el Eclesiastés.

De mi etapa en el Nebrija, recuerdo a algunos compañeros que eran auténticos artistas haciendo chuletas. Rollos kilométricos de papel, debidamente, enrollados sobre sendos rodillos, que giraban uno sobre el otro, con dedos sabiamente entrenados, escritos delicadamente, como si fueran los rollos de la Ley. Otros grababan con aguja ardiente temarios enteros, con letra diminuta, con palabras pulgas, en el plástico trasparente de los bolígrafos. Obras de artesanía, hechas a mano, trabajo de chinos, de copista medieval en monasterio. Pero luego llegaron las tecnologías, los pinganillos, los relojes inteligentes, los teléfonos móviles, las gafas del futuro y toda la belleza que encerraba el arte de preparar chuletas, de copiar, se esfumó para siempre como las naves en llamas más allá de Orión, los rayos C brillando en la oscuridad, como lágrimas en la lluvia del monólogo final de Blade Runner.

¿A dónde nos conduce esto? Nos lleva hasta Muzaffarpur, en el estado de Bihar, India. Unos mil candidatos a entrar en el ejército, se examinan en paños menores. Sentados en el suelo, sólo papel y boli y sus muslos por mesas. Todos en calzoncillos. Para que nadie copie. Tanta tecnología nos devuelve a la casilla de partida. Tiempo al tiempo.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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