15/04/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Ha muerto uno de nuestros maestros en León, Bernardino M. Hernando, colaborador y primer director de la revista ‘Claraboya’ (Hacía falta un titulado en periodismo y los ‘claraboyos’ éramos jóvenes veinteañeros sin ninguna credencial) Y todos guardamos un grato recuerdo de él. Era sacerdote entonces y profesor del seminario. Y su juventud lo hacía muy cercano a aquel grupo de inquietos aprendices de escritores y pintores, por lo que acudíamos a él con verdaderas ansias de aprender. Su generosidad y su visión del arte nos resultó de gran utilidad, aunque, como era lógico, nuestra visión del mundo nos distanciaba cada día, y los jóvenes aguiluchos necesitaban abandonar el nido y comenzar a volar.

Una de las cosas que nos enseñó fue a buscar en la literatura las respuestas a los profundos problemas que la vida se niega a desvelar. Uno de los enigmas de la vida, el más importante, no se desvelará hasta que el individuo entre en el laberinto final y, por sí mismo, se enfrente al intrincado mecanismo que ha estado moviendo su existencia. Es entonces, y solo entonces, cuando, si es lo suficientemente ducho y audaz, podrá encajar todos los acontecimientos y echar a andar la rueda de la muerte. Pero, siempre será tarde para rectificar.

En ‘Everyman’ una novela, de hace más de una década, del americano Philip Roth, que aquí ha sido titulada ‘Elegía’ encontramos una guía que nos lleva por el laberinto de la vejez con mano firme, cuando declara sin más: «la vejez no es una batalla, es una masacre». Con esto ya está dicho todo. Porque uno se creía que con llegar a la jubilación en un cierto buen estado físico y mental, sin cargos graves de conciencia, y con un montón de proyectos pendientes de realizar, e ilusionantes todavía candentes, sería bagaje y artillería suficiente para enfrentarse a ese fiero dragón que, echando fuego por la boca, trata de asustarnos enviándonos dolores, remordimientos, y fatigas, a los que las escasas fuerzas apenas si pueden oponerse ya. Pero, resulta que no se trataba de eso. Al menos no solamente de eso. No era una batalla más.

Uno de los enigmas de la literatura es que sea tan capaz de recrear la realidad, o de transmitir a otros lo que les queda por vivir. El cronista recurre a ellos en la bajamar: «Como les sucede a todos los ancianos, se encontraba en un proceso de creciente disminución de los días y las noches inciertas y la obligación de soportar, impotente, el deterioro físico y la tristeza terminal y la espera de nada ya». ‘Everyman’, Bernardino M. Hernando, cono él solía firmar.
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