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¿Están en peligro las democracias?

02/11/2020
 Actualizado a 02/11/2020
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Apenas faltan unas horas para que se celebren las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos, aunque, a decir verdad, ya son muchos los norteamericanos que a estas horas han ejercido el derecho al voto, Trump incluido (lo hizo, dijo, a favor de «un tipo llamado Trump»: que viva el humor). Mientras en todo el mundo luchamos contra la pandemia con mejor o peor fortuna (los datos son cada vez más preocupantes, como por otra parte se veía venir), las elecciones norteamericanas captan una enorme atención mediática, también en todo el planeta. A ratos, casi tengo la sensación de esas elecciones de los USA constituyen la parte novedosa de los informativos, o la más entretenida, frente al aluvión de cifras y letras con el que el virus nos sepulta cada mañana.

Ya hemos escrito aquí en otras ocasiones sobre cómo la política, en general, se ha ido convirtiendo en un objeto muy deseado por el entretenimiento, especialmente catódico, hasta el punto de que las tertulias, los debates y las emisiones en directo de cualquier asunto relacionado con la política gozan a menudo de muy buenas audiencias. La política se muestra hoy como una lucha de extremos, está enormemente polarizada allá donde mires (fuera y en casa), provoca situaciones de gran tensión que los ciudadanos contemplan atónitos, pero, al tiempo, ofrece muchos minutos para la discusión, aunque tantas veces sea inane, para el palabreo de cara a la galería, y todo eso parece generar, en efecto, su morbo, incluso cierto suspense, así que no me cabe duda de que tiene sus ingredientes como producto de entretenimiento, un poco a la manera de la telerrealidad. Como leí no hace mucho, más que telerrealidad puede ser considerado un sustitutivo de la realidad real, un relato adaptado, según la audiencia de que se trate, no muy diferente del lenguaje de la publicidad, bien elaborado en cuanto a frases de diseño, eslóganes, golpes de efecto e incluso silencios amasados en la trastienda, donde los asesores ejercen esa función de guionistas en la sombra (o no tan en la sombra, para ser justos).

Con todo esto, no es de extrañar que las elecciones norteamericanas desplieguen todo su potencial mediático, pues constituyen un gran evento político, y ahora, también, un gran evento televisivo. Y, ya puestos, ofrecen un suspense que no iguala ninguna serie de ficción. No es nuevo el interés por la política norteamericana, evidentemente, pues hablamos de la mayor potencia global y, de alguna forma, cualquier país se siente concernido por el gobierno que pueda salir de las urnas. Basta una mirada rápida al pasado para comprobar cuántas películas han retratado a los más conocidos presidentes norteamericanos, cuántas han hablado de las tripas del poder en ese país, cuántas series recientes han diseccionado las vidas de los inquilinos de la Casa Blanca. Pues bien, con todo y con eso, nada parece superar el morbo informativo que genera Donald Trump. Es decir, una vez más parece que la realidad ha superado a la ficción, con ser mucha la ficción, y esa es la razón por la que, apenas a unas horas de las elecciones, la atención es máxima. Y el vértigo, también.

Los programas en torno a la política norteamericana del momento se multiplican. Basta con echar un vistazo, por ejemplo, a los que ofrece Movistar, desde la serie de animación (imprescindible), ‘Animado Presidente’ hasta la reemisión de algunos ‘late shows’ de las cadenas estadounidenses, donde la política se analiza con una fuerza satírica que aquí echamos de menos (aunque, en fin, algo hay). Porque son los programas de humor, creo, los que retratan la política actual con suficientes dosis de ironía e inteligencia, algo que me parece imprescindible, aunque sólo sea como contrapeso de la propaganda y de la creciente polarización, tantas veces buscada, que nos deja exhaustos y creo que inermes. Hay pocos nutrientes del pensamiento crítico tan efectivos, y tan necesarios, como el humor.

En efecto, a pocas horas de las elecciones norteamericanas, uno puede pasarse horas y horas viendo documentales (‘La ley de Comey’, ‘Hillary’, por ejemplo), series, animaciones, shows nocturnos, los propios debates entre los candidatos, los mítines de última hora, y otro material diverso, aun cuando se trate de las elecciones de un país extranjero. Y ahí están nuestros enviados especiales (‘Estados Desunidos’, con John Sistiaga sobre el terreno, también en Movistar), o la noche del martes que Televisión Española prepara para seguir los resultados, coordinada por Xabier Fortes. Sólo son unos pocos ejemplos: así que, como ven, el seguimiento es extraordinario.

Es posible que en esta ocasión ese seguimiento esté más que justificado. No sólo por la extrañeza que a muchos provoca la forma en que Trump tiene de dirigir su país (y de dirigirse al resto del mundo), sino porque vivimos tiempos muy especiales, tiempos de cambio vertiginoso (sin contar la pandemia), que habitualmente producen incertidumbre y miedo. A nadie se le oculta que Trump ha resultado un presidente polémico desde el minuto uno, atípico, desde luego, y no son pocos los que creen que en estos últimos años la sociedad de los Estados Unidos se ha dividido de manera drástica y peligrosa.

No faltan quienes ven en peligro la propia democracia, al menos tal y como la conocemos. La intolerancia, la exageración, el lenguaje intimidatorio y nuevas formas de autoritarismo han ganado terreno. Es innegable. Ese oleaje, que abomina de los intelectuales y prefiere imponer soluciones radicales y simples, adelgaza el pensamiento crítico porque huye del conocimiento (creo que también de la ciencia, como se ha visto). Hay un documental británico, ‘Trump en tuits’, que les recomiendo, porque creo que dice mucho del tiempo en que vivimos y del lenguaje como herramienta poderosa, especialmente el lenguaje sin intermediarios, que Trump prefiere sobre todas las cosas. Como este es un tiempo extremado e histérico, también existe esa poderosa tendencia alternativa a la corrección política y a sentirse ofendidos por casi cualquier cosa, con lo que empieza a parecer que la sociedad se halla presa de una pinza de la que no logra librarse: un jardín de senderos que se bifurcan eternamente, sin hallar una salida. Quizás por eso andamos tan perdidos. Lo propio de quien ve el mundo como si estuviera dividido en dos mitades exactas: algo muy pueril, desde luego.

Pero, en fin, el morbo de la noche del martes ya está servido. Si todo es hoy espectáculo, quizás el espectáculo deba continuar.
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