04/10/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Otro vendrá que bueno te hará. La sabiduría que desprende el refranero español no parece tener límite. Fíjese usted si no en lo que ha venido sucediendo con los inquilinos monclovitas desde que la democracia se instaló en nuestras vidas. Siempre parece imposible que el nuevo gobierne peor que el anterior. Oiga, pues lo han ido logrando uno tras otro. Basta únicamente con fijarse en el último relevo al frente de este nuestro maltrecho país, que nos ha servido para pasar de la inanición política de Mariano a la cada vez más evidente esquizofrenia política de Pedro. Comentaba la semana pasada en estas líneas que el presidente empezaba a darse cuenta ya de que desfila desnudo a pesar de que sus acólitos le habían dicho que lucía un precioso traje elaborado con la tela más suave del mundo con el único fin de ocultar su incapacidad y no quedarse sin cartera ministerial. Me equivocaba. Su nivel de esquizofrenia –todos nuestros presidentes la han padecido en cierta medida al confundir la realidad con lo que a ellos les gustaría que ocurriese– es tan elevado que le impide darse de cuenta de muchos de los problemas que hay a su alrededor. El inane Mariano los veía y sesteaba a la espera de que se resolviesen solos hasta que ya no había más remedio que actuar, pero su sucesor hace simplemente como si no existiesen. Andaba estos días glosando en sus redes sociales la figura de Clara Campoamor y su importante lucha por el voto de las mujeres, pero al mismo tiempo restaba importancia a unos gravísimos incidentes en los que Inés Arrimadas o la periodista leonesa Susana Peña eran insultadas sin piedad por aquellos catalanes que ni saben ni quieren vivir en democracia. Ahí están las imágenes de sus irrupciones en sedes públicas para retirar una bandera que no es suya, sino de todos. Y ahí están las palabras de aliento del tarado que lidera todo esto y al que se ofrece diálogo desde dependencias monclovitas como si nada hubiese ocurrido. Termino como empecé, aludiendo a la sabiduría del refranero, porque sabido es que no hay más ciego que el que no quiere ver. Y si el presidente desnudo abriese los ojos, se tendría que enfrentar a la cruda realidad y quizá bajar del helicóptero.
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