23/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Dicen que dijo Churchill que España era una de las naciones más poderosas del mundo, porque los propios españoles estaban empeñados en destruirla y no lo conseguían. Más recientemente se han hecho virales las declaraciones del embajador de Panamá demostrando con razones muy convincentes que España tiene muchísimos motivos para sentirse orgullosa en medio de todas las naciones del mundo. Me temo que muchos españoles no son conscientes de ello. Ya quisieran muchos países tener una historia tan brillante como la de España: los mejores literatos, artistas, inventores, místicos… El segundo idioma más hablado del mundo, el descubrimiento de América, la mejor sanidad, líder en trasplantes, la segunda potencia turística, sus costas, sus variados paisajes, sus productos agrícolas…

Y, a pesar de todo, muchos españoles siguen empeñados en llevarla a la ruina, unos fragmentándola, otros eligiendo a los gobernantes más desastrosos. Más aun, creando un panorama político que la hace ingobernable. Y es posible que, aun estando sin gobierno, sigan produciéndose verdaderos milagros. Casi podríamos compararla con los coches del futuro, con los coches sin conductor. Esto, dejándonos guiar por el optimismo.

Porque, en honor a la verdad, ¿acaso no tenemos motivos más que suficientes para estar preocupados? ¿Es España realmente indestructible? ¿Podría suceder que todo ese patrimonio de grandeza se quedara reducido a un pasado glorioso?

Reconocemos que a veces nos viene la tentación de imaginar a los españoles como los que disfrutaban haciendo un crucero en el Titanic. Estaban felices, comían, bailaban, e incluso la mayoría de los usuarios que podían permitirse esos lujos se creían superiores al personal que dentro del mismo barco realizaba las tareas del servicio: echar carbón las calderas, limpiar, cocinar… Ciertamente ignoraban lo que les venía encima, a pesar de que alguien había escrito en el casco aquello de que «Ni Dios lo hunde».

Hoy día en ese gran barco que es España, a pesar de las crisis, mucha gente se siente feliz y segura. Parece que les da igual quien pilote la nave. Ciertamente es el pueblo quien elige a los conductores de la misma y sus decisiones no son indiferentes. Otros, probablemente minoría, no están tan seguros y no ven el futuro tan claro. Y no se refieren solamente a la economía, aunque también. La crisis moral tal vez resulte menos perceptible para quienes disfrutan de su crucero particular, pero bueno sería afrontarla antes de que fuera tarde.
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