11/05/2021
 Actualizado a 11/05/2021
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Los labios de las bocaminas ya no hablan y en medio de su silencio comienza otro ciclo, otro idioma, una intención que no se quede en una cruz sobre una lápida. Borrarsus huellas es el siguiente paso. Lo hacemos dinamitando térmicas, que le daban sentido desde el cielo que tocaban las chimeneas a lo que venía desde el subsuelo, y recuperando a los mineros, que ya habían dejado los cascos colgados en la pare,donde se enmarcan los recuerdos de pan y sudor. Los de La Escondida, aunque solo seis, vuelven al tajo, pero se quedan fuera del pozo. Ahora toca taparlo. Aquel cuerpo del que arrancaron carbón durante años, ahora se lava la cara y pretende ocultarse bajo la tierra, como si no hubiera existido, como si nunca hubiera sido presente. La vergüenza se lo come y ni como testigo de lo que fue permanece. Es como romper las fotos del bautizo cuando uno reniega de la iglesia, olvidando que el protagonismo, tal vez, no estaba en ella. Y todo sin dejar de comerse los billetes de la reconstrucción. Tres millones para apagar el pozo, tal vez mucho más de lo que costó encenderlo, pero toca ahora reverdecer lo que se ennegreció. Y en la lucha de colores lo que queda es una comarca muerta, totalmente derrotada. Escondida, como el pozo de Laciana, en un sentimiento de desgarro que va a más cuando, en medio de esa sentencia, comienzan a llegar siglas vacías paraengullir sus montes, como manada de voluntades que clavan sus colmillos en las piezas más vulnerables después de estudiar el comportamiento del rebaño. El Bierzo responde basta enseñando sus dientes viejos. Le duele el mordisco del otro, pero traga saliva frente a tanto colonialismoque no le deja tan siquiera pararse a pensar en lo que quiere ser, sin sentirse anciano para decidir. Hasta su tierra se quieren llevar en un atropello sin límites que se decora con un manto de ayuda. Llegan a las claras, dicen, con intenciones negras escondidas, de nuevo, en el color verde.
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