Escena de sofá que llaman siesta

05/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Los datos, o cuando menos los signos externos, de que el verano está a la vuelta de la esquina son irrefutables.

Las casas de pueblo con aleros al abrigo, los campanarios que miran al sol y los pajares vacíos, que son muchos, ya están recibiendo a las oscuras golondrinas dibujando versos.

Pero, sobre todo, de buena mañana se escucha a la vez el sonido fuerte y bronco de las viejas segadoras de toda la vida, las Alfa Laval o las Bertolini, que caminan con sus peines amenazantes con destino a los prados y dehesas que han visto cómo el sol de estos días ha secado la escasa hierba que este año nos ha regalado la madre naturaleza. «Otro invierno que van a tener que comer de restaurante», dicen los resignados ganaderos.

Y a la vez, aunque tapados por el potente ruido de la Alfa, suenan discretos los cortacésped de los veraneantes a los que algún vecino ya le da el primer corte a la cuidada huerta. Son los herederos de la vieja expresión de que «la hierba se siega a guadaña y el césped enchufando una máquina a la luz».

El césped de la foto espera corte, que no tardará en llegar. Y cuando se haya consumado el corte el sofá, tresillo, escaño o similares acogerá la siesta de quién combatirá la modorra y la canícula ahí tumbado. Eso ya es el verano en su más puro esplendor.

¿Pero qué es una siesta sin tres gatos que te cuiden? Nada, un fiasco.
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