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Enseñar la Catedral

01/07/2022
 Actualizado a 01/07/2022
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Hace unos días, unos amigos de visita, extranjeros ellos, se presentaron en León con la sana intención de comprobar las excelencias que de la ciudad y la provincia les había contado.

Aparte de organizarles unas visitas a los Picos de Europa, Las Médulas y Peñalba de Santiago, como de otra manera no podía ser, nos dimos una vuelta por el Barrio Húmedo, San Marcos (lo poco que se puede ver), San Isidoro y, cómo no, la Catedral. Un programa bastante denso para tres días, teniendo en cuenta que desde Picos a las Médulas hay, más o menos, doscientos kilómetros.

Como ya comenté, nos dimos una vuelta por la capital y, cómo no, por la Catedral, una visita imprescindible siempre que vienen amigos por primera vez, amigos que, además, esperan que les haga una visita guiada. Uno es lo que es, y no lo puede remediar, así que todo fue de arquitectura. Además, es cierto que en ella hay mucha historia general, pero nadie puede negar que si algo es, es arquitectura. Además, tiene mucho que contar, y por ahí fue siempre la explicación, esta vez, y todas las demás que hubo.

Todos se sorprenden al saber que una buena parte tiene poco más de un siglo. Y no me extraña, porque, cuando, hace ‘mil años’, me fui a Madrid a estudiar arquitectura, en la primera visita a la biblioteca de la escuela me di de bruces con cuatro planos en sus paredes de la fachada de la Catedral de León, y ahí me enteré de que se había medio derrumbado las fachadas sur y oeste, que más o menos a partir de 1850 se habían demolido y vuelto a levantar, incluso que, para posibilitar financieramente la cosa, se la había declarado monumento nacional, el primero de la larga lista de monumentos nacionales de hoy día.

Y la verdad que no es de extrañar ese casi derrumbe si se tiene en cuenta que hasta hace muy poco los edificios se construían por el procedimiento de levantarlos y, si se caían, se volvían a levantar (como anécdota, la cúpula de Santa Sofía de Constantinopla, hoy Estambul, se levantó seis veces porque seis veces se cayó). Y menos mal que por el lado norte estaba el claustro que hizo de apeo, porque, sino, probablemente todo habría colapsado, no habría ni catedral ni nada.

Si a eso añadimos que nuestra catedral casi más bien es un conjunto de vidrieras (mil ochocientos metros cuadrados) juntadas y sostenidas por un montón de ‘palillos’ de piedra, aunque en la realidad sean robustos pilares muy bien disimulados por la esbeltez y proporción de los mismos, no es de extrañar la debilidad estructural del edificio, sin olvidar alguna que otra intervención a lo largo de su historia que no contribuyó precisamente a mejorar su estabilidad.

El trascoro, la cúpula barroca con cimborrio incluido que acabó de rematar la ruina, las vidrieras, la leyenda del topo que tiraba por la noche lo que se levantaba por el día, leyenda bastante chusca, por cierto…

Así que por allí andaba yo con mis amigos contándoles cosas del edificio y muy rodeado por montones de visitantes, solitarios, con audífonos o en grupos con guías, y oyendo retazos de las explicaciones cuando no voceados de altavoz de turistas de todo tipo, retazos que, en todos los casos eran referencias a reyes, escultores, fechas u obispos. Algo, al menos en principio, bastante diferente de la ‘guía’ que yo mismo hacía.

He de reconocer que siempre se me dieron mal todo ese tipo de cosas y que la lista de los reyes godos, que, cual letanía, nos hacían cantar en el colegio, jamás me la aprendí, así que tampoco hice nunca ningún esfuerzo para aprender la larga historia de su construcción para incluirla en la guía particular que ocasionalmente hacía con los amigos visitantes.

Algo tenía que hacer al respecto, y cuando mis amigos se fueron, me apunté a una de las muchas visitas guiadas para comprobar cómo eran.

Y, efectivamente, no tenían nada que ver. Y es lógico, pues a los visitantes de todo tipo y condición que pueden acudir lo lógico es que se les haga una visita más genérica. Fue un recorrido cómodo, nada pesado, aún cuando, tal como había medio oído en la visita con mis amigos, había obispos, reyes, escultores, maestros de obra y fechas sin cuento. Anécdotas, acertijos y comentarios para mantener la atención sin cansar. Muy profesional.

Si acaso, en ese relato eché de menos un poquito más de la historia arquitectónica. Fue, creo, desproporcionadamente poca, cuando esa historia es realmente mucha. Con cinco minutos al principio y en el exterior explicando la ligereza de la construcción, su debilidad, y los esfuerzos de reconstrucción para llegar a lo que hoy es nuestra catedral, pequeña y ligera pero grande y majestuosa, habría sido suficiente, pero no hubo ni eso.

Claro que yo también debería añadir unas cuantas fechas, reyes, obispos y artesanos, cosa que prometo hacer la próxima vez.
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