Enseñanzas del ‘Banquete’ (En defensa de la Filosofía en el sistema educativo)

Pablo Huerga Melcón
17/11/2021
 Actualizado a 17/11/2021
Durante los años en que ha regido la anterior ley de Educación hemos tenido la oportunidad de ofertar en 4º de la ESO una asignatura optativa de Filosofía. Desde el momento en que entró en vigor aquella ley, se formaron grupos de estudiantes en prácticamente todos los centros educativos, prueba del interés y el respeto que las familias y los estudiantes conceden a dicha disciplina.

Pensando en cómo iniciar esta materia consideré que una lectura sistemática del ‘Banquete’ de Platón podría ser una buena introducción para comprender lo que significa esa palabra que algunos dicen que inventó Pitágoras. Ya saben los lectores que el ‘Banquete’ trata sobre el amor, el Eros, ese mediador que, según Diotima, la sacerdotisa que enseñó sus secretos a Sócrates, une y separa a los dioses y a los hombres, la ignorancia y la sabiduría, la condición limitada del hombre frente a la eternidad del conocimiento divino. Gracias al Eros, aprende el hombre que no puede ser sabio –solo los dioses lo son–, pero siendo ya consciente de su ignorancia («sólo sé que no sé nada»), al hombre no le queda otro camino que buscar la sabiduría, amarla: filosofar. Sólo así, tratando de desbordarla, se vive la plenitud de nuestra condición humana. Y, sin dudarlo, elegí para leer en clase con mis alumnos la ya legendaria traducción del Banquete realizada por el profesor Luis Gil, reputado helenista, filólogo, historiador y maestro, que ha fallecido recientemente.

Este año se deroga una ley y se recupera y actualiza otra ya ensayada anteriormente, que obliga de nuevo a cambiarlo todo, sin aportar verdaderas soluciones a ninguno de los problemas. Y, en el cambio, los estudios de Humanidades vuelven a ser los más afectados, aunque no son los únicos, también la Filosofía.

La asignatura de Valores éticos, que era optativa con Religión, queda eliminada en los cuatro niveles de la ESO, convertida en ese engendro llamado ‘Alternativa a la religión’. Dicen quienes defienden esta medida que Valores éticos no debe ser sólo alternativa a Religión. No obstante, para evitar esta situación lo razonable sería eliminar la enseñanza de toda religión confesional. Sin embargo, en esa hora los alumnos que no han elegido Religión tendrán que limitarse a esperar. Una hora a la semana desde Primero a Cuarto de la ESO no es mucho, desde luego, pero ahora, ya pasados los años, contemplo a mis alumnos de Segundo de Bachillerato estudiando Historia de la Filosofía, después de haber cursado con ellos Valores éticos todos estos años, y verdaderamente creo que se ha hecho algo bueno.

Por última vez leeremos en clase el emocionado discurso de Aristófanes sobre los andróginos, y veremos partir a Sócrates al amanecer camino del gimnasio, después de discutir con Aristófanes y Agatón si quien es bueno para escribir comedias puede serlo también para escribir tragedias. No volveremos a hacer el experimento de los vasos comunicantes para conectar las ideas de Sócrates con las predicciones de Ray Kurtzweill. Por última vez os hablaré, queridos alumnos, del Batallón Sagrado de Epaminondas, inspirado en este precioso libro de Platón, cuyos restos podrían haber sido encontrados en unas excavaciones arqueológicas cerca de Tebas. Tampoco suscitará su lectura la cuestión de la utilidad del saber. No evocaremos el oscuro mito de Fausto ni el momento sublime del encuentro entre Ulises el artero y el espectro de Aquiles en el Hades. Tampoco discutiremos más la ‘Doctrina del Shock’, o ‘Una verdad incómoda’. No veremos morir a Hipatia de Alejandría, ni la ‘Guerra del Fuego’. Ya no sabréis más cuál es el nombre de la rosa, ni os exhortarán con el «conócete a ti mismo». No escucharéis la ‘Apología’ de Sócrates, ni la representaréis. ¿Quién os contará ahora el experimento del rey Psamético? Ya no sabréis que España no es un pueblo de bueyes, ni por qué los españoles aunque entrañan su pasado no pueden darlo por bueno. Nadie os colmará con la pregunta ¿qué es un ciudadano?, ni con la historia de la ‘Escuela de traductores de Toledo’, la circunvalación de la Tierra por Elcano, la vida de Ramón y Cajal, María Moliner, Espartaco, ‘Mencía’ de Calderón o Miguel Servet. Tampoco sabrá nadie por qué hablábamos de estas y otras cuestiones en clase. Y olvidaréis ese diario que año tras año recogía con tenue trazo pequeños pensamientos, argumentos sencillos, opiniones fundadas, búsquedas de historias; diarios que, con el tiempo, os hubiera sorprendido haber hecho algún día.

Otra vez, y ya son muchas, tendré que despedir ante vosotros asignaturas solventes. La última enseñanza para nuestros hijos es que la autoridad de los profesores no vale nada ante la violenta lucha partidaria de los políticos del Ministerio. Ya nadie os propondrá nada tan sencillo, tan pequeño, como memorizar Vientos del pueblo para ayudar a comprender qué significa ser ciudadanos en España. Ser ciudadanos en España es ahora, como en aquel antes oscuro, callar, bajar la cabeza, humillarse y dejarse vencer por el juego revanchista e insensato de los políticos.

El peor engaño de las enseñanzas secundarias en España es el que separa las ciencias y las letras, como si esa separación fuera más consistente que la que cabe encontrar entre la Química y las Matemáticas. El criterio de esa escisión en los saberes, la utilidad práctica, es externo a sus contenidos, es poco predecible y, por tanto, fatal guía para la determinación de aquello que un joven español debe aprender para andar por la vida.

En 2018, Alberto Gomis y Víctor García Gil publicaron en la editorial Doce calles un libro titulado ‘La dignidad de un entomólogo. Juan Gil Collado (1901-1986)’. La historia de uno de los más prestigiosos científicos españoles, dedicado al estudio y erradicación de la malaria en España en los inicios del gran Ministerio de Sanidad, que tras la Guerra civil sufrió, como otros miles de científicos, el exilio interior en una España devastada. Pues bien, ese científico, dedicado al estudio de los insectos, meticuloso y comprometido, ejemplo de superación, «convencido –como dicen los autores del libro– de que todas las personas válidas, vengan de donde vengan, son necesarias para impulsar la ciencia en España», era el padre de Luis Gil, el mejor traductor al español del ‘Banquete’; el libro en el que Platón nos enseña que no hay mayor aspiración para el hombre que filosofar, que el amor por el saber hace al hombre casi divino, y conduce a los Estados por la senda de la justicia.
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