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Enfermos, galenos, maestros y curas

25/01/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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La tarde deposita en mí aquella otra llamada 2015 cercada por la lejanía en un café capitalinamente leonés. Una claridad familiar regresa a mi pensamiento. El maestro Antonio Mediavilla Mediavilla soltaba recuerdos más consideraciones en su estreno pedagógico en Busmayor. A lo lejos yo escuchaba el piafar de los caballos tanto como su plácido trote o el balar de la vecera (veceira). Entonces todavía no había bajonazo en mí, llegaría tres años después.

Pero a lo que iba, en la distancia siempre, fiebre o no, los médicos arribaban al pueblo en aquella época sin carretera, luz ni agua corriente cuando no podían acudir los enfermos a su encuentro. Entre los profesionales médicos destacaba el Pallín (o Pallín), ubicado en Ambasmestas, población casi anexa a Vega de Valcarce perteneciente precisamente a dicho municipio.

Si el enfermo y sus familiares más próximos consideraban acertado acudir a Santiago de Compostela, algo que sucedía con cierta frecuencia, ahí estaban sin dudar los lugareños para echar una mano, que en cuanto a la mano debo añadir que este pueblo arrendatario de castaños en Barjas o Moldes ha sido, todavía lo es, un pueblo muy solidario. Tanto es así que cuando caía una gran nevada y había que trasladar un enfermo a Santiago se tocaba a concejo (concello), se formaba una comitiva en dirección a Barjas hasta alcanzar Vega de Valcarce, pues por esa zona nevaba menos que por la otra, la dirigida a Herrerías, más breve, además. Si el enfermo podía ir sentado en el equino la comitiva era menor. Con unos pocos para espalar la nieve y otro par o así para guiar al animal bastaba. Si no podía ir sentado lo llevaban en una escalera de madera (escada) envuelta en ropa apropiada. En el caso de que el médico tuviese que venir al pueblo había que ir a buscarlo con un caballo o parecido y llevarlo a la vuelta. Desarrollada la visita primordial éste aprovechaba para hacer lo mismo con otros afectados, siendo, por lo tanto, sus ingresos más golosos.

A continuación expongo algunos casos, pocos pero reales, los cuales completarán más lo dicho hasta ahora, bastante flojo.

El primero se refiere a Dela de Santiaguín, llevada a Santiago por presentar grandes problemas en el parto.

Por razones de salud abandonó el pueblo días escasos el padre de Dela de Manalcobo en dirección Santiago.

Rara vez un parto aporta trillizos. Pues bien, tan fecundo alumbramiento se produjo en un pueblo tan pequeño como Busmayor. Dos murieron al nacer, el otro ha tenido, al parecer, larga vida. El mismo Pallín atendió en el propio pueblo con sorpresa tan dificultoso parto.

Triste, preocupante fue lo ocurrido a la madre de Gelín, Ángel García Santín. Pues poco antes de emprender viaje a Argentina en un puerto gallego acompañada por su marido, otros dos hijos y unas cuñadas se cortó en un dedo segando con una hoz. Total, se lo envolvieron como pudieron, pero cuando iban a embarcar (ya tenían los pasajes pagados) ese dedo vendado le impidió pasar, motivo por el cual ella y Gelín, el más pequeño, regresaron a casa. Pasados pocos meses ella se murió. El pequeño pasó a criarse en el pueblo con unos tíos. Con el tiempo recalaría en Buenos Aires.

Finalmente me arreglo para salir a la calle. Dicen que el componerse, atusarse, eleva el ánimo. No obstante estad tranquilos. Antes de atravesar la puerta os cuento la siguiente anécdota:

En una ocasión, por razones que no vienen al caso, o sí, fui con mi madre al pueblo. Ella regresó a Fabero para arreglar unos asuntos (posiblemente nos trasladábamos del poblado de La Jarrina para Fabero). Mientras yo quedé diez o doce días con mi tía Basilisa quien muy preocupada por mí habló con la maestra, doña María del Pozo, leonesa capitalina que permaneció muchos años allí, a ver si me admitía en clase. Atentamente me aceptó, pero mi tía, muy considerada la misma el día anterior a mi marcha se personó en la escuela, finalizada la clase, con una docena de huevos y unos chorizos.

Merece la pena sumar a lo anterior otros sucedidos en este caso reprochables, dañinos, perversos ocurridos entonces relativos al mundo eclesial donde se impedía dar cristiana sepultura a quienes no hubieran recibido el sacramento bautismal. Mi prima Luzdivina me refiere el caso de un hijo de Manuel el Manguano que a los ocho días de su nacimiento murió sin haberlo bautizado, razón por la cual un cura, nacido en Villarrubín, no quería enterrarlo. Tras muchas vueltas acabó cediendo. Dicha situación provocó una firme prevención cuando nació su segunda pequeña. Como quiera que pesaba poco temieron por su vida y al día siguiente acudieron urgentemente a un prado llamado Cacharois a buscar a mi prima que estaba guardando las vacas para ejercer el madrinazgo. Contaba sólo 12 años. No. En realidad tenía 11 todavía pero sabía el credo, condición indispensable para los padrinos, quienes, además, tenían que abonar los emolumentos, siendo en tal ocasión cincuenta pesetas, cifra muy elevada de la cual carecían sus padres debiendo solicitarle a un amigo que se las prestase. A la niña se le puso el nombre de la madrina, Luzdivina, quien años después se convertiría en su madrina matrimonial. Aún vive hoy.

Mi aspecto cansado ha adquirido otro aire. Saco las llaves. Cierro. Estoy en la calle. Confundo un monje vietnamita con uno chino. Heladas más curva nieve son similares al recuelo entonces.
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