En su centenario, Salzburgo da voz a las mujeres

Cines Van Gogh celebran en diciembre el aniversario del festival austriaco con ‘La flauta mágica’ (día 3), dirigida por Lydia Steier, y ‘La Bohème’ (día 10) con la soprano Anna Netrebko

Javier Heras
03/12/2020
 Actualizado a 03/12/2020
Klaus Maria Brandauer encarna la figura del narrador en ‘La flauta mágica’.
Klaus Maria Brandauer encarna la figura del narrador en ‘La flauta mágica’.
Uno de los festivales de ópera más importantes del mundo, el de Salzburgo, cumple en 2020 cien años desde que lo fundasen Richard Strauss y sus amigos el poeta Hugo von Hofmannsthal y el director Max Reinhardt. Como homenaje, Cines Van Gogh organizan un ciclo especial que reunirá algunas de las mejores producciones desde la ciudad natal de Mozart. Se extenderá hasta 2021, y de momento arranca en diciembre con ‘La flauta mágica’ (jueves 3 a las 19:00 horas) y con ‘La Bohème’ (jueves 10, a la misma  hora).

Cuando el genio austriaco compuso su última ópera, las logias masónicas a las que pertenecía tenían prohibido el acceso a las mujeres. Dos siglos más tarde, en 2018, Lydia Steier  se convertía en la primera directora que llevaba a escena ‘La flauta mágica’ en la Großes Festspielhaus. La estadounidense (1979), de padres austríacos, debutaba en el Festival con una lectura fresca y personal de este singspiel. En vez de enfocarse en sus aspectos filosóficos, interpreta su argumento como una metáfora sobre un mundo a punto de cambiar. Y tiene sentido: se estrenó en plena Revolución Francesa, el 30 de septiembre de 1791. Este montaje sitúa la acción en los albores de la I Guerra Mundial, «tiempos inestables y aterradores, como los de hoy», señala la regista, premiada por la revista Opernwelt. Los coros sobre la fraternidad cobran nuevo sentido, igual que los retos del fuego y el agua.

La acción comienza en una Viena burguesa, donde un abuelo –como en ‘La princesa prometida’– lee a sus nietos una historia de fantasía, situada en un enorme circo en el que Sarastro no es un sacerdote, sino un mago. Al anciano lo interpreta Klaus Maria Brandauer, veterano actor recordado como villano de 007 y marido de conveniencia de Meryl Streep en ‘Memorias de África’. Al incorporar la figura del narrador, Steier acorta los diálogos en alemán, siempre problemáticos en esta ópera. El singspiel, como la zarzuela española o la opéra-comique francesa, alterna pasajes cantados y hablados.

En el elenco, jóvenes en alza como el tenor suizo Mauro Peter (1988), que como Tamino ha convencido en Múnich o París; la soprano de coloratura Shagimuratova (1979), Reina de la Noche en el MET y en Londres; o la alemana Christiane Karg (1980), premio Echo Classic 2010 y Opernwelt 2009, y habitual de Salzburgo desde 2006. Su compatriota Matthias Goerne (1967), uno de los grandes barítonos de este siglo, deslumbró en sus recientes visitas al Real, la Zarzuela  y el Auditorio Nacional.

La infalible Filarmónica de Viena, con el joven griego Carydis a la batuta, lleva a buen puerto una partitura muy audaz. Mozart, en la cima de su madurez –apenas tres meses antes de morir–, se atrevió a todo. Mezcló personajes serios (Tamino) y cómicos (Papageno), números bufos con corales de misa (todos los del templo) y tremendas arias de coloratura propias del bel canto. Así fue como caracterizó a los personajes, de la agitación estridente de la Reina –que representa las bajas pasiones y la incertidumbre– a la templanza de su némesis, Sarastro, que canta siempre arias lentas, graves y largas.

El autor de ‘Don Giovanni’, en plenitud de recursos, no solo hace uso simbólico de la armonía ya desde los tres acordes de la obertura, sino que crea ambientes mediante combinaciones insólitas de instrumentos. Por ejemplo, la fortaleza de espíritu del protagonista se refleja en una melodía desnuda de flauta sobre colchón de viento metal. En este canto al amor y la comprensión, hizo protagonista al instrumento que menos le agradaba; para flauta solo había escrito dos conciertos, uno de ellos mera transcripción de otro de oboe.

En cuanto al argumento, elaborado por su amigo el empresario Emanuel Schikaneder, puede entenderse como un cuento o como una jornada de iniciación a la masonería, con sus rituales, su vocabulario (el caos, el orden) y la mística del número tres. Tanto el compositor como el libretista necesitaban un éxito para superar sus dificultades económicas. Lo consiguieron con una obra para el pueblo, estrenada en el Theater auf der Wieden, a las afueras de Viena, en el campo, donde los espectadores acudían en familia, incluso con comida, para entretenerse. En solo tres años alcanzaron las 200 funciones.
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