11/03/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Mientras miro aburrida la lluvia por la ventana, un soniquete en el móvil me avisa de algo. Lo miro y es Google que me informa, por si acaso lo ignoro, de que en León llueve. Me parece una situación tan ridícula, que me da la risa y de pronto la lluvia me parece menos fastidiosa. Aunque igual de húmeda. Es bueno reírse: hay quien cree en la risoterapia como remedio a muchos males y, desde luego, el valor de la risa en los países mediterráneos (que somos los más pobres y los menos desarrollados pero tal vez los más felices) nos salva de muchas complicaciones indeseadas e indeseables. Hay, sorprendentemente, quien puede reírse de casi todo. Y gentes tan ingeniosas que son capaces de escribir su propio epitafio. En román paladino podría uno referirse a ellas como personas que han tenido el cuajo de escribir sobre su propia muerte, de resumir en un fogonazo toda una vida. De hecho son célebres (y en consecuencia ya poco originales) algunos. Se cuenta que Freddie Mercury pensó alguna vez en que su epitafio fuera el título de una de sus canciones más famosas: "Otro que muerde el polvo", aunque finalmente no se escogió ese sino otro más soso: "Amante de la vida, cantante de canciones". Ni color. Es bien ingenioso y agudo el de Molière: "Aquí yace Molière, el rey de los actores/en estos momentos hace de muerto/y de verdad que lo hace bien". Y, desde luego, no hay que irse muy lejos de casa para atisbar ese destello de burla que caracteriza a quienes están próximos a la muerte: se le puede preguntar (afortunadamente) a Luis Artigue, que hizo versos de ello: "por favor, muerte/que soy virgen/házmelo sin dolor". Hay genialidades incluso anónimas. Así la pintada que en 1987 apareció en el cementerio de Nápoles tras el partido que al equipo de fútbol local (en el que militaba entonces Maradona) le daba la victoria del campeonato italiano: "no sabéis lo que os habéis perdido". Todas estas tontadas se me han ocurrido porque he leído que este viernes pasado han inaugurado el tanatorio de Navatejera. No me imagino una inauguración menos glamurosa que esa (si acaso la de un cementerio), aunque el alcalde del municipio y sus acompañantes han sabido encontrar las palabras adecuadas, entre las que no encuentro morir (salvo en versión griega, idioma que tiene la virtud de suavizar los contenidos) ni difunto pero sí calidad, conectividad, climatización y descongestionar. El oficio de alcalde tiene ratos como ese y yo me he permitido hoy escribir en clave de humor sobre el tema. Lo más gracioso de todo fue que en la inauguración se reivindicó –legítimamente, por supuesto– un instituto de enseñanza. Nada más próximo a la muerte que la vida.
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