19/12/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Al colegio mayor donde residía, cuando entré en la universidad, acudía, de vez en cuando, un bedel que descargaba varias cajas de libros de la Editora Nacional. Y el director nos decía que si queríamos algún libro, antes de bajarlos a la carbonera. Eran escritos del Régimen, pero recuerdo un libro –no leído– cuyo título venía a ser algo así como ‘Ocaso de las ideologías’ y ahora creo que vino a la memoria, ante la dislocada situación política de España.

Un detonador ha sido la eclosión de VOX, que ha sobrecogido a los partidos tradicionales, como un comensal inesperado que reclama un cubierto. De no ser tan soberbios, deberían haber pensado que ocurriría como en Europa, pues no es nada nuevo. Admitiendo que VOX sea de extrema derecha, habría que ver quién o quiénes del espectro político comparten las mismas cualidades.

Para empezar, la forma en que Sánchez accedió al poder, sin refrendo y su forma de gobierno, a base de decretos. No es el paradigma de la democracia. Parece que le ha tomado gusto al poder. Y hablando de poder, Podemos. El modelo que Pablo Iglesias quería para España –el del Gorila Rojo de Venezuela– ya no les sirve y ahora quiere desmarcarse. Lo correcto sería que Monedero y el propio Pablo devolvieran el dinero inmerecido. Ahora se dan cuenta de cómo está la Pequeña Venecia.

Si el PNV es tan complaciente con los cachorros de ETA es por el interés común. Los terroristas mataron inocentes, pero no era sólo contra Franco, pues desaparecido el dictador siguieron los asesinatos. El otro ala del separatismo que difama a España y sus instituciones tiene los rasgos del nazismo, que culminó en la Guerra. Una guerra del gusto de Torra que no descarta ‘la vía eslovena’ y cuenta con los llamados comités y la Policía Autonómica a sus órdenes. Algo más allá de lo tolerable. ¿Y la CUP, que ahora está tan callada, es democrática? Más bien anti-sistema, como los chalecos amarillos que asolan Francia.

Pero lo más preocupante es que nada sabemos de las intenciones de Sánchez –ni él mismo las sabe–. Pero el día que las declare quizá se nos hiele la sangre. Lo dijo un refugiado, Antonio Machado, y lo cantó un catalán, Serrat. «Una de las dos Españas ha de helarte el corazón».
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