16/10/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Si Darío Fo hubiese intuido que era tan inminente la elección del nuevo prepósito de los jesuitas, se habría esforzado en morirse un poco después. Le hubiese bastado un día y esa habría sido la última genialidad de este hombre, histriónico y crítico, para el que el arte por el arte era o absurdo o inadmisible y que jamás abandonó la provocación y la discusión como medio de expresión beligerante contra el poder. Pero entonces no le hubiera quedado más remedio que restarle protagonismo a Bob Dylan y ese es un feo que un autor galardonado con el Premio Nobel de Literatura no le hace a otro, menos en el día en el que la Academia lo comunica oficialmente. Los planteamientos ideológicos de Darío Fo explican que mucha gente fuera incapaz de sintonizar con él. Algo que probablemente les ocurrirá a muchos otros con el venezolano Arturo Sosa (para empezar a buena parte de sus compatriotas), el nuevo general de los jesuitas que sustituye a nuestro casi paisano Adolfo Nicolás. Lo cierto es que esta elección de superior general de la Compañía de Jesús se produce en unas circunstancias excepcionales. A saber: la de que por primera vez en la historia el Papa blanco es tan jesuita como el negro y la de que ambos proceden de Hispanoamérica aunque desde hace algún tiempo estén domiciliados en Roma. A mí me gusta acercarme siempre que voy a Roma a alguna de las iglesias de la Compañía de Jesús. Me agrada especialmente la Iglesia de San Ignacio, donde hay un trampantojo que me parece increíble y que me enseñó a mirar un jesuita español. Pero resulta mucho más espectacular su iglesia madre, Il Gesú, cuyas dimensiones y frescos hacen de ella algo grandioso. En la plaza a la que mira la fachada dicen los romanos que sopla a menudo un agradable vientecillo. Y cuentan una curiosa historia para explicar el porqué. Paseaban en cierta ocasión por Roma el viento y el diablo. Al llegar a la plaza de Il Gesú, el diablo le dijo al viento: Espérame un momento, que voy a entrar a dar un recado. Y el viento todavía le está esperando. Arturo Sosa se habrá sonreído con ella alguna vez. Darío Fo también. Siempre se puede compartir algo. Mejor si es la sonrisa.
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