24/07/2021
 Actualizado a 24/07/2021
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Con el verano llega el viajato. Se organizan unas caravanas espantosas, unas colas imposibles y unos mogollones de lo menos placenteros en playas y chiringuitos. No salir de viaje en verano es sospechoso. Al que se queda en tierra se le mira con pena o se le imagina viviendo deleznablemente en museos y hoteles clandestinos (todo es uno a ojos suspicaces).

En todo caso la pandemia ha suspendido momentáneamente la práctica borrega de viajar lo más lejos posible en las condiciones más ridículas imaginables, para subir a las redes tres fotos chorras y volver sin haberse enterado de nada. Quedó paralizada la comisión bovina al extranjero, pero el ser humano es resiliente y vuelve a la carga.

Como ejemplo de lo anterior, es de reseñar que hay quien no conoce los pueblos limítrofes, pero acaba de volver de hacer unas cien colas en un hotel con todo incluido. Eso sí, con palmeras de fondo. Un marco incomparable y una tanda de daiquiris de garrafón que mas quisieran estar a la altura del vermú del barrio.

Están los que esnobean al resto con prácticas como plantearse el verano en un glaciar, en Laponia o en una estación de esquí del otro lado del planeta, porque eso de las islas y las playas es una ordinariez estival. Y lo dicen en una cena ante la estupefacta señora de moño y pendientones, que se acaba de gastar un pastizal en su nueva casa de verano en Denia. Encaje usted ésa.

No olvidemos a los que se apelmazan en esa finca familiar que suelen compartir con los cien hermanos, los doscientos primos y sus correspondientes vástagos. Un planazo sin igual, caldo de cultivo idóneo para momentos inolvidables.

Pero la palma se la llevan unos paisanos que ahora se ríen de todos a mandíbula batiente y mientras cada segundo van cayendo en el mundo niños hambrientos como si fueran moscas, han decidido darse un rulo por el espacio exterior. Así, sin más objetivo. No es para buscar combustibles limpios, para evitar desastres naturales o para cualquier otra labor en pro de la humanidad, no. Es la última memez del momento. ¿Y todos aplaudiendo como focas? Eso parece.

Si fuese yo la que me he gastado medio millón de euros en siete minutos siderales, entraría en la nave con la cabeza cubierta como los detenidos a la puerta de la comisaría o los famosos que no quieren revelar su identidad.

Intentaría no alardear de mi capricho ni de la idea desaforada de lucrarme con un espacio aún sin explorar cuando nuestro planeta se está cayendo a trozos.

Hay que reírse para no llorar. Cada día me es más difícil imaginar a Fernando Pessoa en su habitación, escribiendo pausadamente:

Yo no partí de un puerto conocido. Ni sé hoy qué puerto era, porque todavía no he estado allí…

He viajado. Creo inútil explicaros que no llevé ni meses, ni días, ni otra cantidad cualquiera de cualquier tiempo viajando. Viajé en el tiempo, es cierto, pero no del lado de acá del tiempo, donde lo contamos por horas, días y meses; fue del otro lado del tiempo por donde yo viajé, donde el tiempo no se cuenta con una medida…

Amado Pessoa, mejor que no levantes la cabeza, porque esto de los viajatos (que de tan leve causa proceden) te iba a poner de un pésimo café.
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