El último gran ballet

La descarnada versión de MacMillan de la tragedia de Shakespeare 'Romeo y Julieta', estrenada en 1965, es un clásico del repertorio del Royal Ballet

Javier Heras
11/06/2019
 Actualizado a 12/09/2019
Matthew Ball y Yasmine Naghdi como Romeo y Julieta. | L.N.C.
Matthew Ball y Yasmine Naghdi como Romeo y Julieta. | L.N.C.
En la historia de la danza, pocos éxitos igualan el estreno de 'Romeo y Julieta' en 1965 en Londres: hasta 40 minutos de aplausos y 43 subidas de telón. Clásico inmediato, se ha representado en este escenario en casi 500 ocasiones. En cambio, para su autor supuso una inmensa decepción. Kenneth MacMillan había concebido la coreografía para los jóvenes bailarines Lynn Seymour y Christopher Gable, pero la cúpula de la compañía impuso a los famosos Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn. En términos comerciales, fue un acierto (se agotaron las entradas), pero el enfurecido MacMillan se marchó a la Ópera de Berlín. No regresaría a Covent Garden hasta 1970, ya como sucesor del fallecido Frederick Ashton, su mentor.

Este martes, a las 20:15 horas, Cines Van Gogh retransmite en directo desde Londres una producción con dos estrellas emergentes: Matthew Ball, de 24 años, y Yasmine Naghdi, de 26, ambos ya coronados en 'Giselle' o 'El lago de los cisnes'. El teatro recupera la tragedia de Shakespeare más adaptada a la danza, el romance maldito de los amantes de Verona. Los primeros experimentos tuvieron lugar en el siglo XIX, pero la tendencia cobraría fuerza ya en el XX: primero sería Balanchine, en 1926 para los Ballets Rusos de Montecarlo. Maestros como Lifar, Ashton y Alicia Alonso crearon coreografías, pero la versión canónica la firmó el ruso Leonid Lavrovsky en 1940 para el Kirov de Leningrado, con música original de Prokofiev.

La capital británica no la vio representada hasta 1956, en la gira del Bolshói. A la responsable del Royal Ballet, Ninette de Valois, le impresionó. Quiso sumarla al repertorio unos cursos después, coincidiendo con el cuarto centenario del bardo de Stratford-upon-Avon, pero la URSS no concedió los permisos. Hacía falta un nuevo ballet de larga duración sobre el mismo tema, y quién mejor que el joven MacMillan.

El escocés (1929-1992) ya había elaborado para su musa Lynn Seymour una coreografía de la escena del balcón, para la televisión canadiense. Fue el germen de todo. La estructura se vertebró en torno a los 'pas de deux' entre los amantes, emotivos, eróticos y exigentes en lo técnico: su primer encuentro, su declaración en el balcón, la despedida al amanecer, la muerte en la cripta. Lo completó con vibrantes escenas colectivas, y detalló la evolución de Julieta, de niña obediente a mujer rebelde que toma todas las decisiones importantes, del matrimonio en secreto a la poción somnífera. Sus pasos también van reflejando esa confianza.

Para la maravillosa escenografía recurrió a su fiel Nicholas Georgiadis. Se inspiraron en el montaje teatral de Franco Zeffirelli para el Old Vic (1960), no solo en la ambientación, sino también en el verismo del enfoque. Nada debía resultar decorativo o estilizado; los bailarines no hacen poses o mímica, ni saludan para que se les aplauda. El creador de ‘Manon’ y ‘Mayerling’ rompió convenciones e hizo evolucionar la danza desde el naturalismo. Por ejemplo, la propia Julieta no entra a lo grande, sino que llega al baile (¡en su honor!) discretamente. Son dos figuras a merced de una sociedad patriarcal, empequeñecidas por los decorados de época, monumentales. Incluso su muerte es inútil, lejos del mensaje original de esperanza y posible reconciliación de las familias. MacMillan, huérfano de madre desde los 12 y de padre desde los 16, reflejó su tragedia personal en personajes descarnados y en la exploración del dolor y la fragilidad, como ese Romeo que baila con el cuerpo inerte de su amada.

Narrador de gran instinto teatral, el último tótem de la escuela académica inglesa comenzó aquí su ascenso. Empleó recursos insólitos, como la quietud: Romeo ve a Julieta por primera vez y se queda congelado. Más adelante, ella se sienta en la cama, confusa, inmóvil, mientras la música estalla. MacMillan deja que hable la orquesta de Prokofiev (1891-1953), su invención melódica, su flexibilidad, fluidez y variedad rítmica, sus tremendos cambios de dinámica, de la contundencia a la delicadeza. La disonancia de la armonía contribuye a un tono oscuro, con temas muy dramáticos como la Danza de los caballeros. Increíblemente, el Kirov la declaró "imposible de bailar" y el Soviet desacreditó a su autor como un "modernista degenerado" en el diario Pravda.
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