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El Tratado de Valladolid

21/07/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Se cumple este año el novecientos diez aniversario del acuerdo suscrito el 27 de junio, en la ciudad de Valladolid, entre Alfonso IX de León y su tocayo, primo y suegro a la vez Alfonso VIII de Castilla, con el fin de poner término a los repetidos enfrentamientos entre ambos reinos. En realidad y pese a los varios tratados de paz previos y posteriores al de Valladolid entre León y Castilla, las hostilidades no concluirán hasta la muerte de ambos monarcas.

El nuevo tratado de paz y de amistad acordado en Valladolid entre los dos reinos, establecía una tregua por cincuenta años con pena de excomunión a la parte que lo infringiera. Los veinticuatro caballeros que rubricaron el Tratado, doce leoneses y doce castellanos, se comprometieron a romper sus vínculos vasalláticos con el monarca que quebrantase el acuerdo de paz y a servir al que lo hubiese acatado. Los prelados presentes serían quienes se encargarían de observar el cumplimiento del pacto y, en su defecto, la excomunión de quien no lo respetase, correspondiendo la observancia a los obispos de León y Salamanca, por parte del reino de León, y a los de Burgos y Palencia, por el reino de Castilla. Lo acordado en el Tratado fue notificado al papa Inocencio III, al tiempo que se le solicitó el nombramiento de los arzobispos de Santiago de Compostela y Toledo como ejecutores de las penas establecidas para los que violasen el acuerdo de paz sellado entre ambos reinos.

Ahora que corren vientos de secesión en Cataluña respecto al Estado español, uno de los mitos máximos de la historia de España consiste en presentar a Castilla como impulsora y forjadora de la unidad hispana frente a la tendencia separatista de otras regiones peninsulares, cuando la verdad es que Castilla surgió precisamente de un movimiento separatista que llegó a triunfar. Frente a la idea imperial astur-leonesa, orientada a armonizar la pluralidad peninsular con la idea de unidad superior, surge Castilla como una hija rebelde dotada de enérgica voluntad hegemónica sobre el conjunto, pretendiendo llegar a suplantarse como la verdadera España.

¿Cuál fue el embrión del separatismo y, por ende, devino ‘imperialismo’ castellano amenazando con engullir política, económica y lingüísticamente los otros reinos peninsulares, incluido Portugal? El único defecto que se atribuye a la política interior leonesa seguida por Ramiro II es que no imitó la buena y prudente realizada por su abuelo Alfonso III y por su padre Ordoño II.

No alcanzó a adivinar los deseos independentistas del conde Fernán González, ni el espíritu castellano en su forma más áspera de separatismo con respecto a León. Y este descuido confiado de haber concentrado todo el mando de Castilla en una sola mano, sería el primer paso de lo que sucedería algunos años más tarde. Porque Ramiro II, tras haber encarcelado a Fernán González poco tiempo después del éxito de Simancas contra los musulmanes, no solo lo liberó sino que casó a su hijo primogénito Ordoño, futuro Ordoño III, con Urraca de Castilla, hija de aquél y hermana de quien sería el sucesor del condado castellano.

Esta decisión fue el primer paso atrás de León en la pérdida paulatina de su preponderancia. La hegemonía leonesa resultó ser superada, engullida e, incluso, borrada del mapa, por la insurgente Castilla capitalizada en Valladolid, tanto política, económica como lingüísticamente. En otro caso, León hubiera tenido la fuerza suficiente para constituir una administración propia independiente de Castilla con la llegada de las autonomías.
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