18/03/2020
 Actualizado a 18/03/2020
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¿Y qué haremos después de limpiar los cubiertos de plata, de poner en orden los armarios, y de forrar con hule los cajones? ¿Qué haremos cuando ya no quede polvo en los estantes, cosamos el último botón y todos los enchufes de la casa ya funcionen? ¿Qué haremos cuando caigan rectas y ampulosas las cortinas en sus pliegues, los cristales se vuelvan transparentes y se pueda comer en los alféizares y aun después nos quede todavía tiempo por delante?

Acostumbrados a llevar del tiempo sólo calderilla en los bolsillos, monedas de céntimo, quizás nos paralice, voluntad y juicio, encontrarnos de pronto con un billete de quinientos. ¿Qué hacer con tanto tiempo y enclaustrados? Mi abuelo, por ejemplo, mataba el tiempo haciendo solitarios, fue su manera de volverse eterno. Boecio, por su parte, después comprobar en sus carnes la veleidad de la fortuna, pasando en un suspiro de la magistratura a la prisión, consolaba su pena en conversación con la Filosofía. Se decía a sí mismo, por consuelo, que ningún muro ni cárcel alguna podían nada contra su libertad, mientras él pudiera seguir pensando libremente.

Ejemplos tenemos de qué hacer, claro. San Roque se hizo peregrino, romero. De camino a Roma curó a muchos enfermos de la devastadora peste, hasta que en Piacenza él mismo enfermó. No queriendo contagiar a nadie, se retiró a un bosque, ‘confinado’. Un perro llegaba cada día con un mendrugo de pan entre sus dientes, para alimentar al santo. No necesitó, por tanto, hacer acopio de víveres ni de papel higiénico, para pasar la cuarentena.

No inventamos nada con máscaras y guantes, rehusando el contacto. Cuando voy a Astorga, intento pasar por el convento Sancti Spiritus. Me gustan los recortes de hostias, las sobras. En el zaguán, siempre en penumbra, me llega desde el otro lado la voz antigua de un «Ave María Purísima». «Sin pecado concebido», yo respondo. Le digo a la monja de clausura que quería unos recortes. No hay espacio para que medie la mirada. En un par de minutos, regresa, gira el torno, recojo la bolsa repleta y ligera a un tiempo, dejo el dinero y giro de nuevo. Intercambio hecho sin contacto ni contagio. Acabaremos viendo tornos en los mercadonas. «Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras».

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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