24/02/2021
 Actualizado a 24/02/2021
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Conocer el futuro como atajo, para llegar a él con la comodidad de no tener que trabajarlo sin la carga extenuante de nuestra responsabilidad en cada elección. Los seres humanos siempre hemos sido muy dados a adelantarnos, esquivando el presente si es posible. Saber qué va a pasar, desentendiéndonos de nuestra capacidad para que pase. Aquí radica el éxito de augures y adivinos. En la Antigüedad, convencidos de que la voz de los poetas era inspirada, abrían al azar La Eneida de Virgilio o dejaban que fuera el viento quien lo hiciera y leían el porvenir en los versos aventados.

Algún residuo de aquello me ha quedado. Aunque yo escojo a Borges, no para indagar en el mañana, más bien como consuelo del presente. Qué es leer sino un consolarse. Abro con calma su ‘Antología Personal’ y me espera ‘El testigo’. Apenas necesita cuatro trazos para dibujar la escena, el mundo entero que desaparece, que se perderá justo en ese instante en el que «un hombre de ojos grises y barba gris, tendido entre el olor de los animales» cierre los ojos para siempre. Él era el último testigo, el último que había presenciado los ritos paganos. Con su muerte «el mundo será un poco más pobre».

Con cada agonía desparece una parte del mundo, una memoria viva. En esta esforzada carrera de relevos contra el tiempo en la que todos estamos implicados como especie, siempre se derrama parte del pasado cuando hacemos entrega del testigo al siguiente corredor, a la siguiente generación. Quizás sea la única manera de seguir corriendo, avanzando hacia un futuro incierto. Sin descanso. Sin detenernos.

La muerte cotidiana y vulgar toma las vestiduras de lo extraordinario, de lo trágico, cuando muere el último ejemplar –el último que vio el rostro de Cristo, el que escuchó la voz de Homero–, tapiando, sellando uno de los infinitos caminos que ya nadie recorrerá. En esto he pensado al leer la noticia de la muerte de Amoín Aruká, el último varón de la tribu Juma de la Amazonia brasileña. Tenía 86 años y no logró sobrevivir al coronavirus. La mayoría de los suyos habían muerto por las masacres incitadas por la codicia del caucho y las castañas. Con él se han ido unas artes de caza ancestrales, una manera propia de comprender el mundo y la existencia. Un sentido.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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