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El Tempranillo, un bandolero de leyenda

18/05/2021
 Actualizado a 18/05/2021
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La figura de los bandoleros españoles de épocas pretéritas y quizás marcada de forma más notable por valores que resaltaban en hombres dedicados a la rapiña de los poderosos, no ha sido todavía resaltada, y si siempre se ha hecho siempre desde el punto de vista folklórico y costumbrista.

Los españoles tenemos una educación un tanto reñida con ciertos reconocimientos y señalamos hechos insólitos, nos callamos ante otros muy relevantes, hacemos muecas ante la excelencia, encumbramos a gentes raras, aguantamos a los necios de la política y celebramos la desaparición de los vivos con la apoteosis de su muerte cuando se les ha negado casi todo en su azarosa vida. Sospechamos que el cainismo ha recalado en nuestro territorio de forma bastante eficaz.

Mientras tanto los anglosajones te pueden quitar la cartera sin rubor al mismo tiempo que son nombrados sires o lores por sus Monarcas, con un desparpajo digno de piratas transformados en corsarios.

Aquí ha habido bandoleros de enorme fama y prestigio en su oficio y con trabajos de todo tipo, tanto en detrimento de la bolsa ajena como en beneficio del estamento oficial, así como en lucha contra los invasores del territorio patrio.

Comenzaremos por un bandolero que se caracteriza por un perfil que reúne todas las condiciones de la leyenda ibérica, El Tempranillo.

José María Hinojosa, alias ‘El Tempranillo’, nació en Jauja, cerca de Lucena en Córdoba en 1805. No realizó estudios, trabajó como jornalero con sus padres y sirvió así a un señorito de la comarca. En el año 1820 mata a un hombre, no se sabe ciertamente la causa de dicha muerte, barajándose diversas hipótesis. Huye a la Serranía de Ronda para eludir la pena capital y la cárcel. Se dedicó al bandidaje, dominando las situaciones porque conocía el terreno y los caminos del sur. Comenzó en las cuadrillas de los ‘Siete Niños de Écija’ y de don Miguelito Caparrota; se dedicó al contrabando. Creó su propia banda y se especializó en asaltos a diligencias y carruajes. Poseía atractivo y su modo de actuar era inteligente, con estrategia y además no era altivo sino generoso lo que le proporcionaba cierto aire de justiciero. Habilidoso para escapar de sus perseguidores y para escoger a sus hombres. Llegó a cobrar por dejar pasar los vehículos por su zona.

Educado y atento especialmente con las señoras, era cortés, no decía palabrotas ni juramentos. Sus asaltos se caracterizaban por despojar a las señoras de sus joyas piropeándolas y les dejaba dinero suficiente para continuar el viaje.

Su generosidad con los suyos y el respeto por los asaltados le hizo ganar el apodo de ‘el bandido bueno’. Los pueblos de la zona conocían esa bondad porque les ayudaba. Los que huían de la Justicia se unían a su banda y llegaron a tener renombre por haber participado en las guerrillas contra el francés, como ‘El Venitas’, ‘El de la Torre’, ‘El Veneno’. La banda llegó a tener cuarenta hombres y su objetivo eran los caciques y los latifundistas. El asalto de la diligencia en Écija fue sonado al hacerse con un botín de Hacienda muy importante. Famosa es la anécdota del arriero al que le da dinero para comprar una yegua y después se lo quita al que se la vendió.

Fue una pesadilla para los migueletes de Fernando VII.

Prosper Mérimée, escritor, comentó incluso que «en España manda el Rey pero en Sierra Morena manda el Tempranillo».

El pintor Jhon Frederick Lewis lo retrató y lo describe con ojos grises, estatura escasa, fuerte y vestía con chaqueta fina y camisa de algodón con faja en la que llevaba dos navajas y dos pistolones.

Estuvo rodeado por los migueletes, su esposa murió de parto, consiguió huir y entregar el cuerpo de su esposa a los familiares, bautizar a su hijo en Grazalema y seguir con su vida interviniendo en la Década Ominosa con los liberales y el general Torrijos.

Fernando VII consiguió que los bandoleros casi desaparecieran al prometerles el indulto si acataban las leyes. Así lo hizo el Tempranillo y vivió en libertad posteriormente. Organizando el escuadrón franco de protección y Seguridad Pública de Andalucía y José María, fue su Comandante con caballos, uniformes, monturas y armamento, alojándose en el Cuartel de Caballería de Córdoba por orden del Capitán General. Así la partida de El Tempranillo se transforma bajo estandarte en un grupo de protección ciudadana. Y cuida de la paz del territorio ahuyentando todo vestigio de peligro.

El Tempranillo va a morir a manos de uno de los suyos, traidor, llamado también José María y apodado ‘El Barberillo’ que le dispara con su escopeta. Los suyos le recogen y con lenta agonía dicta el testamento de forma serena dejando muy claro que muere en la fe cristiana. Dicen que su caballo legendario estuvo cerca de él y que los restos descansan bajo una losa en la iglesia parroquial de Alameda.

Hasta el hispanista y viajero Richard Ford recoge sus impresiones del legendario bandolero de la Sierra.

Los cineastas españoles tienen un abundante repertorio para realizar muchas películas interesantes, entre ellas ésta, naturalmente sin introducir la matraca revisionista ideológica de turno que hace de las historias que abordan un remedo de lo que realmente fueron en su época que provocan desinformación y desinterés del público por los temas histórico de su país.
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