El sueño del faraón

César Pastor Diez
21/07/2021
 Actualizado a 21/07/2021
En un pasaje del Génesis se narra la historia del faraón que tuvo un sueño en que siete vacas flacas y macilentas devoraban a siete vacas gordas y lustrosas que pacían en el carrizal, cerca del río; pero ninguno de los cortesanos de palacio supo interpretar aquel sueño. Entonces el faraón hizo llamar a los magos y sabios de Egipto, todos los cuales fueron igualmente incapaces de explicar el significado de lo que el soberano había soñado. Por fin el faraón requirió la presencia del patriarca José, llamado ‘el casto’, que tenía fama como intérprete de sueños, pero que estaba preso en la cárcel por haberse negado a yacer con Lota, la esposa de Putifar, que era una mujer ardiente mientras su marido era eunuco. El faraón explicó a José su sueño de las vacas flacas devorando a las vacas gordas, añadiendo que tras comerse a las vacas gordas, las flacas seguían tan entecas como al principio.

Habiendo escuchado los pormenores del sueño, José dijo al faraón: «En ese sueño Dios te anuncia lo que va a suceder; las siete vacas gordas representan siete años de abundancia. En cuanto a las siete vacas flacas y macilentas significan que habrá siete años de hambruna. Entonces el Faraón, ganado por la sabiduría y la visión profética de José, invistió a éste de poderes para organizar la sociedad humana de cara a hacer frente a la anunciada época de privaciones y de hambre. José hizo fructificar los campos multiplicando las cosechas para ir almacenando todo lo sobrante, hasta tener rebosantes de provisiones todos los almacenes de la ciudad preparándose debidamente para la llegada de la anunciada hambruna.

Bien. En los momentos actuales, con la pandemia del covid-19 amenazando todavía nuestras vidas y con la crisis económica y de valores que padecemos, todo hace pensar que hemos entrado en el reino de las vacas flacas tras haber gozado una larga época de progreso y esplendor, que eran figuradamente las vacas gordas, aunque incluso en aquella época de prosperidad nos quejábamos de todo. Y ahora daríamos algo bueno por regresar a la situación anterior al covid-19.

En la hora presente tenemos aviones que surcan día y noche los cielos trasegando seres humanos que van de acá para allá en una movilidad permanente. Tenemos vehículos públicos y privados que inundan las carreteras de nuestro país e incluso ingenios que colaboran en la exploración de otros planetas e investigan lo que hay más allá de nuestro sistema solar. Tenemos los mejores equipos de fútbol y más trenes de alta velocidad que nadie. Pero somos incapaces de remediar los problemas de salud y de miseria, de gamberrismo, de odio, de violencia y de paro laboral que padecemos en nuestro país. De todo eso no se puede culpar a la población humilde sino a los políticos endiosados y a los mentores y educadores de las masas. Unos señores, los políticos, la mayoría de los cuales no conocen el postulado de Euclides ni el binomio de Newton aunque poseen suficiente verborrea para desollar vivo al lucero del alba y que no parecen tener más función que esa. Bueno, sí, los que gobiernan tienen otra misión, la de estrujarse las meninges para ver dónde pueden clavar nuevos impuestos e incrementar los ya existentes, aunque, eso sí, siempre dorando la píldora al afirmar que los nuevos impuestos gravarán solamente a quienes más tienen, aunque después afecten sobre todo a los que menos tienen. En efecto, al potentado que posea 100 millones de euros le importa un pito que le suban su tributación un 5 %, pero al currante que ya está con el agua al cuello ese 5 % acaba por hundirlo. Para aminorar un poco la nueva factura de la luz se anunció la bajada del IVA del 21 % al 10 %. ¡El IVA!, la pócima maravillosa que estuvieron buscando todos los alquimistas medievales y que la encontraron los políticos del siglo XX para tortura de los consumidores en general. Si los gobernantes del siglo XIX hubiesen dispuesto de un chollo como el IVA habrían pavimentado las calles con planchas de oro.

Veamos, España quiso hacer buen papel ante los países de Europa y del mundo, poniendo en marcha un soberbio despliegue de trenes de alta velocidad. ¿No es un despropósito que España sea el segundo país del mundo en trenes de alta velocidad, solo después de China? Ahora los pronósticos y las estadísticas producen terror porque, según dicen, los trenes de alta velocidad españoles son el Gargantúa devorador del erario público. Pues agárrate, porque ahora está en proyecto la creación de una agencia espacial para España. Todo ello es una muestra de la enfermiza obsesión de nuestros gobernantes por presumir ante el mundo de que gozamos de una prosperidad envidiable y de una técnica de primer orden capaz de competir con los países más boyantes, cuando en realidad somos el furgón de cola de Europa, nos hallamos en plena época de vacas flacas, con casi cuatro millones de parados. Los jóvenes españoles bien preparados tienen que emigrar al extranjero para encontrar un empleo digno, mientras en España se instalan miles de migrantes sin oficio ni beneficio buscando tan solo un lugar en el suelo español y europeo donde encontrar un mendrugo que llevarse a la boca. Y esto no es racismo ni crítica gratuita sino tan solo exposición de una amarga realidad que aqueja a millones de personas que se mueren de hambre por las rutas del mundo. Y no se vislumbra el momento en que vaya a producirse una inflexión en esta curva nefasta. Seguimos esperando la llegada de una hornada de políticos nuevos, honestos y trabajadores que no vengan a vivir del sillón con sueños del rey Midas, sino a coger al toro por los cuernos hasta partirse el alma en favor de las masas desheredadas de la fortuna.
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