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El sueño americano

11/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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El sueño americano nació con Colón. Parece una obviedad histórica pero uno no lo descubre de verdad hasta que visita en Génova la casa donde pasó su infancia. Un humilde y minúsculo inmueble de varias plantas claustrofóbicas, con más pasillos y escaleras que estancias. Una rareza para el turista en la ciudad de los palacios del exceso barroco que ya no vería aquel Cristóbal que se marchó de Italia para acabar descubriendo el mundo. Prosperó el niño casi tanto como la ahora vecina plaza Ferrari, centro de un paisaje de contrastes. Un puerto hecho urbe que pudo traer a los oídos del joven marinero las leyendas de aquella tierra más allá de los mares, aquella locura tan imposible como todas las locuras que merecen la pena.

El caso es que el Cristóbal Colón que vió morir Valladolid no existía en tierras italianas, quizá por eso y solo por eso (no sean tan mal pensados como yo),en ningún momento en esta ciudad se cita o se hable de la capital castellana ni de los reinos de España. Que los genoveses están tan obsesionados con apropiarse de la importancia del personaje que desde aquí parece que partieron las tres carabelas, que desde este recodo del Mediterráneo parece que costearon la desmesurada aventura de un loco visionario. Pero resulta que dejó Génova un Cristóbal hijo de tejedor comerciante y en Valladolid falleció el virrey y almirante de las Indias. Les traiciona, sin embargo, la escasez divulgativa para turistas incautos. En Génova hay una antigua casa y nada más, ni siquiera a su lado un pequeño museo. Colón es aquí una anécdota entre ‘palazzos’.

Así te recuerda la Historia, porque la Historia es más de finales que de principios. Lo enseña esta bellísima costa donde uno puede bañarse en el Golfo de los Poetas que fue refugio del romanticismo atormentado de los británicos Byron y Shelley que hoy son memoria italiana. En Lerici, Percy escribió su gran final: «Felices aquellos a los cuales el placer / apaga los sentidos, el pensamiento / y la culpa que el placer deja, destruyendo / solamente la vida, pero no la paz».
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