El sombrero no hace al monje

13/12/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Da igual que el sombrero que parece mirar en la pared sea de un señorito andaluz –por acudir al tópico pero puede ser de cualquier parte– que de un yegüero que cuida el ganado para «el amo», el caballo siempre está en su sitio, siempre está a lo suyo, siempre espera a quien ha de venir y siempre se mueve cuando la brida tira o el caballero le toca con sus pies.

Podría darse a valer y contar que no es nada fácil encontrar otro animal que camine con más elegancia que como lo hace él en una dehesa de hermanos de pura raza y sangre pura o en un monte de yeguas que sólo esperan el momento de trabajar o el camino del matadero. Podría, pero espera tranquilamente el momento de su faena.

Sorprende la tranquilidad con la que te miran desde la lejanía en medio de una tremenda nevada, guarecidos solamente bajo algunas ramas sin hojas de cualquier árbol, quietos en pie día y noche...

Difícil olvidar aquella gran nevada –una de tantas– en la que se sabía que estaban allí aislados y olvidados, abandonados a su suerte. Y cuando la expedición de rescate llegó encontraron que se habían comido las crines, unos a otros... Cogieron al primero, comenzó a abrir camino y todos los otros caminaban detrás.

Y en su cara no había ni un gesto de reproche. Qué tipos.
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