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El seleccionador que todos llevamos dentro

13/07/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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En una comida de amigos de hace unos días, me preguntaron sobre qué iba a escribir esta semana.

Ni corto ni perezoso, les dije lo que ahora mismo hago: sobre la selección española de fútbol.

Y me advirtieron: mucho has escrito (11 años haciéndolo), pero ándate con tiento, que esto no es un palacio de congresos ni una catedral, esto son palabras mayores y te pueden cortar el pelo.

Pues bueno. Es cierto que, aun cuando esta columna va de arquitectura y lo que hay a su alrededor, también he opinado de otras cosas que nada tienen que ver, así que no es nada extraordinario.

Además, y sin presumir de saber de fútbol, que no sé ni más ni menos que otro cualquiera, como siempre se ha dicho que todos llevamos un seleccionador nacional dentro, yo no voy a ser menos.

Pero es que la actuación de nuestra selección, y la ocasión perdida, incluso políticamente, reconozco que me llenó de indignación.

Cuando en el Mundial de Sudáfrica fuimos campeones, y ya lo éramos de Europa y lo volvimos a ser después, íbamos convencidos de que lo íbamos a ganar, y ganamos.

¿Y ahora?

Después comentaré todo lo que ha habido alrededor, eso de Florentino, Lopetegui, Rubiales, De Gea y hasta el balón. Pero ahora toca hablar de la actitud.

No he leído, visto u oído todo lo que se ha escrito sobre el desastre, pero sí que he leído, visto u oído mucho, y, en todo ese vistazo, nadie comenta lo que parece evidente: que no había ni el más mínimo convencimiento de que se podía ganar. Ni antes ni después de los días del terremoto federativo.

Mientras por aquellos entonces, los de hace ocho años, ese convencimiento de ser los mejores y que ganábamos era la bandera, ahora, ni en broma.

Todo era alabar el estupendo proceso de clasificación, que no habíamos perdido nunca, empatado sí, pero perdido no, y que, con este equipo podríamos llegar lejos. Llegamos a Moscú, que es bastante lejos, cuatro mil kilómetros, pero ni un metro más.

Pero lo cierto es que no había aquél empuje y aquella seguridad que nos hizo campeones indiscutibles, y sin eso, malamente llegamos a ningún lado, ni en fútbol ni en nada.

¡Empezábamos bien! Y, claro, acabamos peor.

Y luego todo lo demás.

Florentino muy mal y Lopetegui igual de mal. Es evidente que la selección nacional, un estandarte que hasta consiguió aunar todo un país, orgulloso, tanto de arriba como de abajo, de izquierda o derecha, les importa un pito. Supongo que el Madrid tiene, para ellos dos, más prestigio que defender un símbolo, pues, queramos o no, símbolo es cualquier cosa que represente España y muy especialmente en fútbol, un asunto mundial. Y supongo, seguro, que mucho más dinero. Así que Lopetegui se pasó con armas y bagajes al vil metal.

En cuanto al señor presidente de la muy Real Federación Española de Fútbol, el Sr. Rubiales, tenía que demostrar que él mandaba y tenía que quedar claro. Puñetazo en la mesa y a la calle, que no digo que no se lo mereciera, que se lo merecía, pero los puestos de responsabilidad están para eso, ser responsable en el más amplio sentido de la palabra, y, es evidente que de eso, de toma de decisión responsable, nada. Se podía haber sido igual de contundente de muchas otras formas, pero no así.

Y como todo lo anterior era poco, se pone de entrenador al pobre Fernando Hierro, culminando todos los despropósitos anteriores. Claro que es muy probable que nadie quisiera ese marrón, que más que marrón era un agujero negro de los más negros que se pudieran encontrar en el universo.

¿Y De Gea? Bien gracias: siete tiros a puerta, seis goles. Aunque su racha de manos de mantequilla y fallos estrepitosos ya había empezado antes (debe ser una enfermedad, porque si nos acordamos del portero del Liverpool…).

Sumamos todo lo anterior, que no es poco, y qué sucede: que al equipo en general y a la defensa en particular les empiezan a temblar las piernas.

Y se llega así al bochornoso espectáculo del partido de la eliminación. Más de mil pases, 75% de posesión del balón. El famoso ‘tiki taka’ convertido en cachondeo mundial. Coger un balón y no soltarlo, mandarlo de un lado para otro sin ir hacia adelante porque, si se iba, a lo mejor me lo quitaban, y como eso sucediera, lo más probable es que, llegando el contrario en un pis pas aproximadamente al entorno de la zona peligrosa, se les ocurriera tirar a portería. Y si eso sucediera o sucediese nos iban a meter un gol. Así que mejor nos lo pasamos por aquí, allá y acuyá mientras los contrarios hacen la estatua diez metros por delante del área pequeña.

‘Tiki taka’ de ningún sitio a ninguna parte. Más bien había que cambiar el nombre y llamarlo ‘La Yenka’. ¿Se acuerdan ustedes, amigos lectores, jovenzuelos hace unos años? ¿Se acuerdan de la letra?: «Izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, atrás, un, dos, tres», y vuelta a empezar.

Pues eso, exactamente eso.

El catecismo del Padre Astete (perdonen ustedes las referencias al pasado, pero en su día eso era cosa corriente), al hablar de los pecados, si mal no recuerdo, decía que había que hacer tres cosas: reconocer los pecados, tener dolor de contrición y hacer propósito de enmienda. Se me olvidaba: y decir los pecados al confesor. Quitaremos esto último, que no es el caso. Pero lo otro…

¿Alguien ha oído algo de alguien, de alguno de los implicados, en ese sentido? Florentino silencio sepulcral. Lopetegui «tuvo el día más triste de su vida», pero de los tres principios antedichos nada. Rubiales, idem de idem y muy orgulloso de haber hecho lo que tenía que hacer. Según Fernando Hierro, además de «sostenella y no enmendalla» que se decía en el Siglo de Oro, pobre, a los chicos no se les podía pedir más. Los chicos, según ellos mismos, lo habían dado todo (que según parece era bien poco).

Sólo faltó decir que, como la Armada Invencible, no habíamos mandado nuestras naves a luchar contra los elementos, o que, como tantas veces se sacaba a colación durante los años de D. Francisco, todo ha sido fruto de una conjura judeomasónica.

Y mira que teníamos un cuadro de eliminatorias que parecía que nos lo había puesto el hada madrina en forma de presidente de la Fifa, en el que, prácticamente con todos con los que nos hubiéramos encontrado hasta la final nos habíamos enfrentado en los últimos meses y no habíamos perdido. Pues ni así.

Y ahí tenemos la final, con Croacia, un país de cuatro millones de habitantes, poco más que la ciudad de Madrid y menos que toda su provincia. Y Modric con la puerta abierta para el Balón de Oro.

Y hablando del balón: era muy malo según porteros y jugadores. Claro que, mire usted por dónde, era igual de malo para todos.

Muchos millones, mucha autocomplacencia y poca vergüenza torera.

En fin que la culpa fue del ‘chá chá chá’, que decía Gabinete Caligari.

Por eso, siguiendo la cosa musical, hay que cambiar el ‘tiki taka’ por ‘La Yenka’.
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