El roto del cielo

03/08/2021
 Actualizado a 03/08/2021
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A l roto del cielo se le escapó un trueno de enfado. Después, un llanto empapado de gotas de lluvia, al quedarse en lo humano cuando el cáncer llamó atu puerta. Y, al abrazarte, un sol de agosto que te acaricia ahora en ese descosido azul por el que te has colado. No podía creerse el más alto que te subirías en esa nube tan pronto, sin esperar a tejerla de algodón. Y la rabia se convirtió en frío. Anabel cumplía 11 años agradecida. Siempre un gracias y una sonrisa perfumaban las cartas que recibía de sus compañeros de clase en el hospital. Y respondía. Gracias. Se quedaba tan pequeño todo bajo la silueta de su humildad. Los suyos, ella, en medio de una lucha que superaba lo pobre del más acá se refugiaban en ese agradecimiento con el que envolvían su escueta rendición. En silencio, puñetazos bercianos retaban al tiempo que iba marcando la pauta de tu adiós. No había más salida que el roto de ese cielo que te esperaba. Dejaste de ser esa alumna risueña para subir un escalón sin buscarlo y convertirte en un abrazo berciano que, apretado hasta el ahogo, quiso cambiar el rumbo de lo que estaba marcado a fuego en las líneas de tu mano. Fue por ti, Anabel. Por ese empuje vital que te quería cerca. Por las serpientes que Lolo pintó para ti para regalarte mascotas de viaje... Subiste a tu estrella con una maleta ligera en años y pesada en corazones. Todos viajamos contigo. Todos soñamos con milagros y cruzamos los dedos para que alguien cosiera el azul que estaba al acecho. Enhebramos la aguja con un hilo largo y tu colegio la empujó con fuerza. Los te quieros pelearon aliados y tú siempre, con ese gracias en los labios. Gracias a ti Anabel por removernos, por enarbolar la esperanza del querer y poder a tu lado, por hacernos entender que, con la vida, no se acaba más que eso. La princesa del Navaliegos se queda en sus paredes, aunque ahora, haya aprendido a volar.
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