El 'penitente' o jugarse la vida para explosionar el grisú

La mina es, seguramente, el trabajo con más oficios diferentes y algunos peligrosos, de cunetero a picador y un largo etcétera. Uno de los más desconocidos, porque ya no existe desde hace décadas, es el de penitente, un obrero que entraba solo y se arrastraba por las galerías con una antorcha para explosionar el gas que pudiera existir

Fulgencio Fernández
01/05/2022
 Actualizado a 01/05/2022
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El Museo de la Minería de Sabero (MSM) ha acogido hasta el pasado martes una exposición dedicada a la prevención y la seguridad en el trabajo, algo fundamental en un oficio con tantos peligros como puede ser la mina.

Es de sobra conocido que uno de los más graves problemas de las minas fue el gas, el temido grisú, cuyas explosiones dejaron decenas de muertos en todas las cuencas. En los últimos años ya se manejaban avanzadas máquinas para medir su nivel y evitar el accidente pero antes... siempre se ha hablado del famoso pájaro en una jaula cuya ‘intoxicación’ avisaba pero en la muestra citada había una escultura dedicada a un oficio olvidado, peligroso hasta tal punto que algunas veces se obligaba a hacerlo a presos. Era el penitente.

El gran Carlos García ‘Kubala’, esa enciclopedia viva de la minería en el valle de Sabero no solo fotografía al penitente, que es lo suyo, sino que lo explica. Recuerda en los lugares que trabajaba: «Hubo una época, en que la forma más habitual para evitar las explosiones de grisú y asfixias, provocadas por este fluido gaseoso en las explotaciones de carbón, era mediante el trabajo del penitente. En aquellos tiempos los tajos no eran muy grandes, se laboreaba en ellos de forma manual, y el gas generado no aparecía, por lo general, en gran cantidad».

Y ahí entraba en liza el penitente. «Era una persona de experiencia, que entraba en las minas antes de que los mineros llegasen a su trabajo, para explosionar los gases que allí existieran. Dada la peligrosidad de su trabajo iba cubierto con una especie de pasamontañas, guantes y capa, prendas realizados con tejidos gruesos o de cuero, que eran humedecidas para protegerse del fuego».

El método de trabajo era, cuando menos, arriesgado. «Iba arrastrándose sobre su vientre, mientras que con una larga pértiga, que portaba delante de él, llevaba una antorcha encendida en el extremo de la misma, para favorecer la deflagración del grisú acumulado en el techo de las labores, que ya es sabido que el gas se acumula en la parte superior».
Es tan evidente la peligrosidad que, recuerda Kubala, lo ejercían aquellos expertos que «se arriesgaban por un sueldo importante, pero también fueron utilizados para este trabajo presos, cuando no encontraban trabajadores que se arriesgaran, ni siquiera por un buen sueldo».

Curioso y arriegado trabajo que, por suerte, ya había desaparecido hace bastante tiempo de las minas: «El penitente fue desaparecerá paulatinamente tras el invento de la lámpara de seguridad de Davy, en el año 1815», nos recuerda Carlos García ‘Kubala’, que al documentar todas estas historias vuelve a lamentar el triste presente de este oficio y cómo en el fin de la minería nadie tuvo en cuenta la deuda pendiente con su historia.
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