13/03/2020
 Actualizado a 13/03/2020
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Cuando María encala la cocina sin ser víspera del Patrón, mala cosa. Hace días que anda mohína, ni siquiera parlotea comentando las noticias, ni duerme la telenovela de la sobremesa y mira que es difícil desvelarla. «A ver cómo anda el mundo», dice él a las tres en punto. «Ponla bajo» responde ella, en un tono temeroso que Tomás desconocía. Hace tiempo que las noticias gritan demasiado para quien apenas soporta el ladrido de la perra en el portal, cuando el viento la despierta. Y es que la sencillez de María no entiende el griterío de la turba invadiendo las calles, protestando por un León olvidado, porque ella hace mucho que olvidó su propio olvido. Ni el rugido de tractores por el asfalto exigiendo lo que es suyo, si lo suyo se lo da la tierra y ya está la Candelaria para decidir si hay pérdida o ganancia, que la santa sí que sabe de cosechas. Tampoco entiende las voces de mujeres tras pancartas, porque en su campo no hubo más techo de cristal que el cielo y ella solo gritó para parir y cuando su Tomás quedó atrapado en la mina.

Se le atragantan el postre y las imágenes de éxodos humanos, debatiéndose entre la muerte y la muerte, hacinados en campos sin trigo ni amapolas, atrapados entre fronteras blindadas y la línea de combate, pisándoles los talones. Humanos recibidos por «humanos» armados, negándoles vivir en una tierra que ella creía que es de todos. Ve gente con mascarillas, arrasando supermercados y farmacias porque un virus sin visado, anda cruzando sus intocables fronteras. Demasiado odio, miedo y muerte para quien solo conoce la paz blanca que da la luna de marzo. Qué va a saber ella de fronteras si no ha visto más límite que las dos estacas que puso en el huerto para impedir que las vacas entraran. Ella, que guarda el mundo en la alacena, por su puerta cruzan todos los mares que no conoce y tras su ventana se pasea el cielo entero.

Y entre tanta imagen dantesca, algo rompe a María, que abandona la cocina retorciendo el mandil y espantando las lágrimas, con la rabia metida en el cuerpo. Ha visto a Imam, una bebé siria que ha muerto congelada en brazos de su padre. «Maldita raza» murmura, ella que nunca blasfema. El torpe de Tomás ya entendió lo que pasa. Oye el trasteo de calderos que se trae en la bodega, como siempre que algo la enturbia el alma. Y decide apagar ese mundo que asusta a María y no ver el parte en mucho tiempo. Mejor dejarla, que encale la cocina y su vida vuelva a ser blanca. «Maldita raza» murmura, él que nunca blasfema.
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