22/10/2020
 Actualizado a 22/10/2020
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Este sábado, Pedro Sánchez visitará al Papa Francisco. Tal como andan las cosas aquí, supongo que le pedirá que rece por nosotros, porque él no tiene tiempo o se le ha olvidado. En casos como este que estamos sufriendo, lleno de desasosiegos, de peligros a la vuelta de la esquina, de tribulaciones, lo mejor que se puede hacer es rezar. Y no hacer mudanzas, como recordaba a sus compañeros San Ignacio de Loyola. El Papa es argentino, por lo que entiende mejor que nadie la compleja idiosincrasia de la ‘madre patria’. Nadie mejor que él para mediar entre el Altísimo y el que, antaño, fue su pueblo elegido. Una vez dijo Ciorán que «si Dios fuese cíclope, España sería su ojo». A lo mejor exageró un poco, puesto que se olvidó de Irlanda y de Polonia, que también merecen ocupar ese puesto, pero está claro que España se desangró para extender la palabra de Dios por el mundo. En pago de aquel sacrificio, de aquellas veleidades, que menos que el Hacedor cubra con su manto la vieja piel de toro y nos libre de esta pandemia y de sus consecuencias.

Sánchez acude al Vaticano justo después de que Francisco haya publicado su nueva encíclica, ‘Todos Hermanos’. Este Papa no me cae demasiado bien (como sus antecesores y sus sucesores), pero tengo que reconocer que se corta menos que el as de espadas, la carta más chula de la baraja, sabedora de su poder. Porque poner a parir al sistema capitalista, cuestionar a la propiedad privada cuando no cumple fines sociales, es tenerlos muy bien puestos. Durante el confinamiento tuve que ver en la televisión alguna misa que otra, acompañando a mi santa madre en los ritos de Semana Santa. En una de ellas, el Papa recordó todo lo que dicen los evangelios sobre los pobres, los oprimidos y los perseguidos. Y añadió que esto no era ideología, sino cristianismo. Está claro que la doctrina de los evangelios y la de los partidos de izquierda, en los temas sociales, son casi idénticas. En lo que ya no coinciden, ¡claro!, es en la forma de lograr que los pobres sean menos pobres, que los oprimidos se liberen y que los últimos sean los primeros y los primeros los últimos. Es la vieja y no resuelta dicotomía entre el fondo y las formas, entre la ética y la estética, principios por los que se han regido los grandes hombres desde el principio de la civilización. Delibes, que de vivir hubiera cumplido la semana pasada 100 años, lo llevó a cabo de una manera magistral. Los principios son lo más importante y saber expresarlos de manera que todos los entendamos, fundamental. Cualquiera que haya leído una novela, un artículo o un cuento de Delibes sabe a lo que me refiero. Lástima que con la pléyade de grandes juntaletras que hemos tenido en León desde que nació ‘Espadaña’ (la provincia dónde más hay, sin duda, de España), ninguno se acerque a la figura de don Miguel en intenciones, calidades y maestría para contar, desde lo pequeño, lo intrascendente, lo desquiciado que está lo grande, que es el mundo.

El Papa Francisco es argentino, seguramente peronista, una mezcla explosiva de nacionalismo, justicia social y populismo. El peronismo ha conseguido que uno de los países más ricos del mundo esté en la ruina o a punto de estarlo. Que la corrupción y el saqueo del estado sean las constantes en aquel país desde hace ochenta años. Que figuras como Borges se acercase, peligrosamente, a las ideas de la Junta Militar que hizo desaparecer del mapa a una generación de argentinos. Los movimientos populistas, sean del signo que sean, acaban por abusar de los resortes del estado, creando el caldo de cultivo perfecto para que las desigualdades sociales se acentúen. El Papa Francisco hace bien en hablar en voz alta sobre lo que habla en la encíclica. Es bueno no olvidar nunca que la iglesia es la casa de los pobres, de los desheredados de la sociedad. San Francisco de Asís fue a predicar a los animales, a las alimañas, porque tenía claro que los olvidados por todos deben de ser los primeros a los que la iglesia debe de acoger y socorrer. Sabía que la riqueza empobrece el alma, vuelve malos a los buenos, crea pecados y nos hace olvidar el mensaje de los evangelios. Cuando Cristo contaba a sus discípulos que «es más fácil que un camello entre por el agujero de una aguja que un rico lo haga en el Reino de los Cielos» sabía lo que decía. Sé que generalizar es peligroso. Que hay hombres ricos que son buena gente, que atienden a los desvalidos, que no se olvidan de los menesterosos. Pero son pocos, por desgracia.

En unos tiempos tan desastrosos como los que nos toca vivir, es bueno y necesario que el poder temporal y el espiritual se pongan de acuerdo. Por eso me alegro de la visita del presidente al Vaticano. A lo mejor el Papa le recuerda que la soberbia es mala, nociva, desastrosa, y que debe seguir cuidando de los pobres... siempre. Salud y Anarquía.
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