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El Negrillón y algo más

12/10/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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El primer contacto que tuve con Boñar fue de la mano de Población, entonces alcalde de la villa cuando me citó para redactar las Normas Subsidiarias del término municipal, y que estuvieron en vigor hasta hace casi cuatro días.

Me enseñó el pueblo, que por aquél entonces se surtía de agua del manantial romano, agua que, según me dijo, se negaba a clorar. Y, cómo no, me contó la historia del Negrillón, que, reconozco, solamente conocía de oídas. Y me dejó impresionado.

Hasta ese día, el árbol más grande que recordaba era un moral que, según decían, databa de los Reyes Católicos, y que estaba en el patio-corral de una casa que mi padre había comprado. Y era muy grande, de gran diámetro, pero ni la mitad que nuestro Negrillón.

¡Cómo pasa el tiempo! Lo recuerdo, pues uno ya tiene unos cuantos años, enorme, majestuoso. Y mira que parecía fuerte e inasequible al paso del tiempo.

Pero, como dice la canción, todo pasa y todo llega. Por desgracia y en todos los ámbitos, porque si uno se mira en el espejo…

Y cuando se vino abajo, allá por los ochenta, víctima de la enfermedad de los olmos, de la edad, del cambio climático o vaya usted a saber de qué, de nada valieron sus cuatro siglos largos, ni la robustez de su tronco, robustez que, a la vista está, sólo era aparente.

Después de aquello, con mucha nostalgia, pues en verdad nada se podía hacer para mantener su imagen, se taló y se dejaron sus huesos más principales, intento patético pero bienintencionado de salvarlo contra viento y marea. Un perfil oscuro contra el cielo, brutal a la vez que melancólico. Un muñón a modo de lamento.

Lo visité una vez, se me quedó grabado… y lo dibujé. Era mi homenaje particular.

Pero hasta esos restos cayeron. Ni tan siquiera ese muñón, monumento a los siglos y bandera de una identidad, se mantuvo en pie.

Hoy, con tozudez leonesa, ¿o quizás cazurra?, la silueta del Negrillón, de sus restos más bien, vuelve a estar en pie.

El perfil del árbol, de lo que había, de lo de él quedaba, de su tronco y primeras ramas se reproduce, aunque sea casi como una foto fija, con chapas metálicas, que, claro, son más duraderas.

Y me parece bien, porque, además, y no sé si los padres de la idea lo pensaron, supongo que sí, aunque nadie lo ha mencionado, o, al menos de nadie he oído el comentario, se le ha elevado al grado de relicario.

Y eso es un acierto, pues esa urna, con esa parte de la madera muerta, eleva el sentido de su recuerdo, en parte místico, y en parte real, consiguiendo así que lo que pudiera ser simplemente un perfil frío y metálico, siempre patético, de su tronco, sea algo más que un moderno recuerdo.

Pues un relicario es más, y por eso este ‘recuerdo’ mejora su valor.

Porque los relicarios están en nuestra cultura. Solamente hay que mirar y ver la simbología religiosa cristiana, y católica en particular. Nuestras iglesias están plagadas de relicarios de todo tipo y condición, que veneramos y conservamos.

Y quien mire la escultura como tal, verá el perfil y un agujero en el medio que parece no pegar bien.

Pero el que lo visualice como un recuerdo, con veneración, no religiosa, que religión no es, sino anímica, verá un relicario rodeado por unas ramas, casi como las llamas de un fuego, que lo acogen. Y eso es bonito.

Ha suscitado comentarios de todo tipo, supongo que en parte porque las representaciones ‘modernas’ son difíciles de asimilar y en parte porque, a veces, muchos prefieren guardar el recuerdo del difunto tal cual.

Pero yo me apunto a lo positivo. Me parece bien, de hecho, más que bien, porque el árbol, y Boñar, se lo merecen, aunque, supongo que porque la perfección es difícil, por no decir imposible, he de poner un pero. Los restos de troncos incluidos en la base no aportan nada, sobran, casi no se miran, solamente despistan de la imagen principal. No eran necesarios. A veces, menos es más.

En todo caso, bienvenido sea.
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