01/07/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Este año apenas he disfrutado de las fiestas: no pude iniciarme con el tendido solysombra para ver al del parche y los conciertos no me han tentado como el año pasado, cuando fue inigualable el cartel, con Fangoria, Loquillo e Ilegales. De lo que sí estoy disfrutando en estas tardes bochornosas es del Mundial, y más desde que volviendo a necesitar cortarme el pelo dejé que un chino se encargase del tema. Como me dejó sin patillas y con cascarón me creo un jugador de la Selección Española y eso hace que me involucre más.

Estamos ante la última oportunidad de ver a Iniesta jugando por la Copa del Mundo. El único futbolista que puede espantar el tedio que provoca ver un partido desde lo que, tomadura de pelo mediante, llaman en un campo grande Gol 1, debería ser coronado como emperador por lo menos.

Mucho morbo tiene lo de Argentina. Más que nada por resolver quién pone los bueyes y quién el carro. Parecía que tampoco avanzaba el tiro en Brasil hace cuatro años y, sin embargo, la final se la jugaron a Alemania muy de tú a tú.

Nunca defraudan Modric dibujando la costa yugoslava y Kross lanzando misiles. Aunque este último ya debe de andar por alguna isla mediterránea haciendo lo que todos sus paisanos en verano pero en versión privé.

De Francia me quedo con Griezmann por su flema de goleador nato, antes que con las burbujas corredoras de los doscientos metros lisos. Sería un logro inaudito que esta generación suya rozara la gloria de la de Zidane y la leyenda de este. Necesitarían el trofeo y luego un codazo histórico que mi socio en mil y una recordará perfectamente que vimos en Amsterdam, una tarde de 2006 en que previamente se nos cayó de la mochila una botella de Jack Daniel’s al asfalto y vimos como se evaporaba ante nuestros ojos.

Neymar y Brasil juegan con facilidad pasmosa, pero nunca me han caído bien. En USA 94 quise que, incluso después del codazo ensangrantador, ganase la final Italia. Por ser Brasil un equipo superdotado y porque el carisma de Maldini y Roberto Baggio era superior al de Romario y Taffarel.

El Mundial, como otros torneos de naciones, los grandes derbis y la Copa de Europa, desatasca el aburrimiento inherente al fútbol. Le da una trascendencia socavada solo porque, como informa Carlos Arribas en El País, Estados Unidos, China e India, los tres países que aportan la mitad de la población mundial, no están en Rusia.

Aun con lo anterior, el Mundial da para tanto que incluso hay quien le dedica maravillosas soflamas incendiarias en forma de pintada. Mi favorita: «Me la suda el Mundial, yo quiero un nobio».
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