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El motín de las sandías

01/07/2022
 Actualizado a 01/07/2022
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Corría el año 1766 durante el reinado de Carlos III, concretamente el 23 de marzo, Domingo de Ramos para más detalle, cuando una persona tapada con capa larga y sombrero (el clásico chambergo) sin apuntar en tres picos, se acercó de manera desafiante al acuartelamiento de la plazuela madrileña de Antón Martín, donde ahora está el monumento a los abogados de Atocha, protagonizando un diálogo con un oficial de guardia, que viene a resumir perfectamente el carácter español, mezcla de pasotismo y arrogancia. El cruce de palabras vino a ser algo así como:

– ¡Oye usted, paisano! ¿No sabe usted la orden del rey?

– Ya la sé.

– Pues entonces, ¿por qué no la obedece usted y se apunta ese sombrero?

– Porque no me da la gana.

Terminado el breve diálogo con una frase que bien podía haber aludido a alguna parte del sistema reproductor masculino, ambos sacaron las espadas en una pelea a la que se unieron por un lado más guardias y por el otro, una muchedumbre que había permanecido oculta hasta ese momento.Tras dicho episodio y durante las siguientes 48 horas se sucedieron una serie de acontecimientos que se recuerdan como el Motín de Esquilache (Motín contra Esquilache en sentido estricto) y que terminó con una serie de cambios políticos además de con el destierro de Leopoldo Gregorio, marqués de Esquilache.

Aunque el detonante de dicho motín fue una Real Orden promovida por Esquilache en la que se prohibía el uso de capa larga y obligaba a apuntar los sombreros en tres picos, para evitar el anonimato de los ciudadanos por las calles, el verdadero motivo, como en tantas otras revueltas, fue la subida de los precios de los alimentos de primera necesidad, concretamente del trigo.

En las últimas semanas he visto, no sin asombro (seguro que no les ha pasado a ustedes desapercibido), que después de la cantidad de palos fiscales, incremento de precio del combustible y de otras materias primas y de la paulatina destrucción de la clase media en España, parece que lo verdaderamente importante y que indigna al ciudadano, es el incremento del precio de las sandías, fruta veraniega por excelencia y símil de mucha clase política actual con su color verde por fuera y rojo por dentro.

El que un español medio, con un salario medio y con unas necesidades medias vea en el expositor de la frutería, una sencilla y autóctona sandía, con ojos inundados de lágrimas porque no se puede permitir ese ¿lujo?, es realmente un problema muy gordo.

Reflexionen. Pocas han sido las revoluciones, motines y cambios de gobierno que no hayan nacido de unos estómagos hambrientos y las sandías, por encima de todo, son tan saciantes como la vida política que soportamos cada día.
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