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El laurel y la ortiga

José Luis Gavilanes Laso
26/03/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Hace años llegó a mis ojos, por casualidad, un artículo publicado en ‘El Mundo’ de Castilla y León firmado por José Manuel de la Huerga. Me enteré entonces que el autor es leonés (1967), natural de Audanzas del Valle, profesor de enseñanza secundaria en Valladolid, donde reside, siendo autor de varias obras literarias, algunas de ellas laureadas. Es Premio de Letras Jóvenes de Castilla y León y Fray Luis de León de Narrativa. Ahora me entero que, continuando esa racha exitosa, nuestro paisano ha resultado recientemente ganador, después de cinco intentos fallidos, en la edición del XV Premio de la Crítica de Castilla y León por su obra ‘Pasos en la piedra’. Por todo ello, que le otorga vitola de indiscutible buen escritor, muchas y muy sinceras felicidades.

A este premio concurrían, entre otros, los leoneses Antonio Colinas y José María Merino, ya premiados en anteriores ediciones. Curiosamente, por lo que concierne a la edición de 2015, Julio Llamazares, una vez se hizo pública la lista de finalistas, escribió un comunicado solicitando se le borrase entre los candidatos y anunciando que, en caso de recibir el premio, por su novela ‘Distintas formas de mirar el agua’, lo rechazaría. Conocida es la postura crítica sistemática del novelista de Vegamián hacia la actual comunidad castellano y leonesa por considerarla artificial hecha con los restos de otras comunidades. El premio recayó ese año en el escritor zamorano Juan Manuel de Prada, que es el único escritor que lo ha obtenido dos veces. De carácter anual, el Premio de la Crítica de Castilla y León, que no tiene dotación económica, lo convoca todos los años desde el 2003 el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, presidido desde hace bastantes años por Gonzalo Santonja.

El artículo de Juan Manuel de la Huerga, al cual aludo, tiene por título ‘Esa cosa del birregionalismo’ y fue publicado por el diario ‘El Mundo’ de Castilla y León el 27 de septiembre de 2007 como columna bajo la denominación de ‘Zoom’. Desde el comienzo –y me imagino que el autor seguirá en sus trece a no ser que en el transcurso del tiempo haya mudado de opinión–, el laureado escritor ya marca el territorio con ortiga de fobia leonesista y cal viva de tirria socialista. Quienes militan (o militaban) en estas agrupaciones políticas, tienen, es triste pero constatable según él, «yermos hemisferios cerebrales por ideas del siglo XIX», por cuanto les afecta «un amor desmedido al terruño patrio» y «odio visceral al vecino que supuestamente es más guapo, más alto y más rico, sin merecérselo». Y quienes defendemos, sin pucelanofobia ni trabazón política ni confesional ni institucional alguna ni apegos ultranacionalistas leonesistas, sino más bien pretensiones a una identidad y autonomía propia leonesa, estamos aquejados del ‘síndrome de Pucela’, sólo porque Valladolid «ocupa un lugar más central en el concierto –mejor se diría, desconcierto– de los agrupamientos locales». Por si el señor de la Huerga no se ha enterado todavía, le informo que los desafectos a la patria autonómica de la congregación arbitraria de nueve provincias que no cabían en otro cajón de sastre, se administran ya el mejor fármaco contra este mal: un supositorio de ‘Envidiamidol’, por las mañanas, y otro de ‘Odiopentamil’, por las noches, de los Laboratorios Martín Villa & Peces-Barba. Lo que ha contribuido poderosamente a que las manifestaciones multitudinarias pro autonomía leonesa de antaño hayan decaído en número, intensidad y frecuencia, pasando a ser antiguallas en la historia reciente de este antiguo reino venido a humo, el ‘humo dormido’ que dijo Gabriel Miró.

Siguiendo con su discurso en el citado artículo, a los heterodoxos del conglomerado castellano y leonés los tilda el señor de la Huerga de «agitadores de discursillo único», considerando que «la aventura futurista del nacionalismo leonés más produce risa que otra cosa». Al señor, ahora de la ‘Juerga’, a la sazón, le debe parecer risible que por cada turista que viene a pasarse unas horas a León lo abandonen definitivamente unos cuantos jóvenes. O que por cada nacimiento se produzcan otras cuantas defunciones. O que miles de hectáreas de arbolado se conviertan en ceniza todos los años, incluso en invierno, por estar las aldeas cada vez más despobladas. O que el carbón del subsuelo ya deje de dar sustento a cientos de familias. Debería ser para llorar, pero es de risa y la actual administración autonómica, por supuesto, nada tiene que ver con ello.

A continuación arremete como las ortigas, de forma urente, o sea, de modo ardiente y abrasador, contra Ángel Villalba, a través de un encadenamiento de epítetos: «nacionalista radical», «regionalista moderado» y «españolista zapatista convencido»; y contra el entonces alcalde de León, Francisco Fernández, quien, según criterio propio, «utiliza su cargo de edil para dar pábulo a veleidades a todas luces fuera de lugar». No se queda todavía a gusto el agradecido comulgante del pesebre juntero y unionista, pues afirma con contundencia, que los leoneses infieles a la vigente administración territorial que les ha tocado en desgracia, son un grupúsculo de «apasionados románticos que levitan a dos centímetros de la capital del reino leonés». Mientras el resto de los verdaderos y probos ciudadanos, absolutamente razonables ellos, «se sienten abochornados porque sus representantes elegidos democráticamente gasten su tiempo, sus pobres neuronas y, sobre todo, el erario público en levantar castillos (perdón, leones) en el aire y hacer carísimos brindis al sol». Debemos deducir necesariamente de estas rotundas palabras, que el resto del erario está correcta y convenientemente empleado en todo el variado elenco de subvenciones, incluida, claro está, la destinada a los premios que tan merecidamente las Instituciones de la la Junta le han otorgado.

El declarado palmero del conglomerado autonómico, absolutamente congruente y necesario, remata su artículo del siguiente modo: «Los ciudadanos de esta comunidad asistimos malcarados (sic) a los dobles discursos de los políticos del Partido Socialista que, en un gesto de esquizofrenia geográfica, así pintan un panorama u otro, lamentablemente de imposible realismo, ambos». Ahí es nada, ¡Santo Dios!, que dijo por aquellas fechas la diputada del PP Beatriz Rodríguez Salmones en el Parlamento, en defensa del compañero Federico Trillo, degustador entusiasta del perejil, irresponsable del ‘Yacoulev’ y recompensado por todo ello con la Embajada en Londres.

Tal vez esté en lo cierto lo que dice como colofón de su columna el señor de la Huerga, a saber, que quienes mendigamos o limosneamos exaltadores de la patria chica y, por ende, repelentes de la autonómica actual, andamos «yermos en los hemisferios cerebrales» y con «breve impedimenta mental». ¡Qué le vamos a hacer! ¡Demasiado tenemos con lo nuestro! Porque lo razonable es, para el señor del laurel y de la ortiga, otra cosa. Quienes sólo nos guiamos por el inconsciente o el instinto, no por la razón de la mejor de las autonomías posibles, no merecemos ni siquiera el don de haber podido sacudir a tiempo el polvo miserable de nuestras raíces.
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