El gran problema de la desinformación periodística

Tomás Castro Alonso
19/09/2021
 Actualizado a 19/09/2021
La veracidad de la información debería ser el pilar fundamental sobre el que construir el periodismo en una sociedad avanzada y democrática, más allá de sesgos ideológicos e intereses económicos. Por desgracia, los bulos ya no son solo cosa de las redes sociales, sino también de algunos periodistas y medios de comunicación que, en su búsqueda malintencionada de polémica y polarización, ocultan una desesperada lucha por su supervivencia.

En más de 30 años como empresario, jamás había vivido en primera persona un caso tan flagrante de manipulación informativa como el que en las últimas semanas he tenido que sufrir en algunos medios y foros, a raíz de las reformas en la capilla de Santa Nonia, sede de la cofradía de la que he sido Abad durante los dos últimos años. Un bulo malintencionado en las redes, eso que ahora se llama postverdad y cuya única diferencia con la mentira estriba en el hecho de que existe una predisposición en la audiencia por aceptar el engaño, que no solo se ha viralizado, sino que además ha desenmascarado a algunos profesionales del periodismo, quienes ante la llamada de un clic fácil, un like o un periódico más vendido en los kioskos, han manipulado y engañado sin medida, ni mucho menos reparo.

Han sido días de impotencia y rabia; de titulares entrecomillados, simulando declaraciones jamás realizadas; de intentos maliciosos por echar más leña al fuego de un bulo tan ridículo como incierto. Referencias a ‘tubos de neón’ que no existen, por lo menos en la vida real, aunque seguro que sí en la mente de quien, con la finalidad de expandir y fortalecer una mentira, pretende referir de forma burda a las luces empleadas en esos locales con los que, por desgracia, se ha comparado la fachada de nuestra querida sede en los últimos días. Quien quiera entender, que entienda.

Como digo: ni tubos de neón, que son LEDs, ni marcha atrás en decisión alguna, pues no puede existir marcha atrás referida a un hecho o decisión jamás producidos. Si marcha atrás implica corregir un error o arrepentirse, solo diré que el error está en la interpretación de quienes, bien sea por mala intención o por incapacidad, registran palabras nunca pronunciadas. No existe marcha atrás de algo que en ningún momento pasó más allá del terreno de las pruebas, propias de todo proceso de instalación y reforma, con la finalidad de verificar la correcta funcionalidad de los equipos y analizar el impacto estético de los mismos.

La aparición de las redes sociales ha provocado que el libre mercado de la información no siempre premie al mejor producto disponible. Está claro que el periodista mejor informado, aquel que desarrolla un análisis más profundo y que busca construir un modelo de competición de ideas que nos permita llegar lo más cerca posible de la verdad, no siempre es el más leído o consultado. Por desgracia, algunos periodistas han hecho suya la mala práctica del amarillismo y el titular polémico, sin importarles si están cumpliendo con su misión de informar. Son esos ‘profesionales’, que repetidamente se hacen eco de rumores, manipulan a placer y retuercen la realidad hasta convertirla en una sátira, menospreciando a quien informa y tratando a los lectores como individuos sin capacidad crítica, más allá del chiste fácil y la socarronería, los que solo buscan formar parte de lo viral, lo efímero, aquello que no construye, que solo sirve para pasar el rato, sin importar el daño que se hace en el camino. Créame, estimado lector, que el daño está hecho. Han sido días de frustración, ira y decepción; momentos de impotencia, ante un hecho tan ridículo como falso.

Sinceramente, creo que el periodismo es mucho más. Decía Gabriel García Márquez: «El género de la entrevista abandonó hace mucho tiempo los predios rigurosos del periodismo para internarse con patente de corso en los manglares de la ficción. (…)». Por desgracia, esta es mi experiencia en algunos casos. Es una pena.
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