El día en que se fue al Café Gijón

Bruno Marcos se adentra en la personalidad del periodista y escritor Francisco Umbral al cumplirse diez años de su fallecimiento

Bruno Marcos
14/09/2017
 Actualizado a 15/09/2019
Se cumplen diez años de la desaparición del periodista formado en León.
Se cumplen diez años de la desaparición del periodista formado en León.
Se cumplen diez años de la desaparición del gran Francisco Umbral y es extraño que no aparezca en la prensa local esa noticia inactual que solía publicarse cada poco anunciando que Umbral había estado en León. Siempre que la sacaban llamaba la atención por lo que pudo ser y no fue y parece que ese haber podido ser no habiendo sido se prolongase en el tiempo tanto como la sombra del escritor aludido perdura apagado ya su sol.

Se dice que pasó por aquí como periodista en la radio y en varios medios escritos. Sus secciones se titulaban ‘El piano del pobre’, ‘La ciudad y los días’, todo muy gris como gris debía ser nuestra ciudad y aquel tiempo, todavía muy en blanco y negro. Sin embargo escribió ya con pluma viva por ejemplo textos como este en el que recreaba, como hago yo ahora con él, la presencia de otro escritor: «El gran señor irónico, don Francisco de Quevedo, investigador de hombres y de ríos, contemplaría en tiempos, desde San Marcos, a nuestro Bernesga, y quién sabe las cosas que tendría que escucharle el buen afluente al clásico malhumorado. Aunque el Bernesga no parece hacer mucho caso de los clásicos. Por ejemplo, aquello de ‘los ríos que van a dar en la mar’, se diría que no va con él. Su corriente suele desvariar y demorarse distraídamente, sin gran prisa por llegar al mar ni por llegar a ninguna parte. Qué manera de dejarle mal a Jorge Manrique. Claro que seguramente los ríos no saben geografía, como las flores no saben horticultura».

Ha salido últimamente que lo echaron por soliviantarse en el coloquio de un cineclub ante la cazurrería del personal que no supo degustar el ‘Orfeo’ de Jean Cocteau. «Aquella gente –comentó años después el escritor– se puso muy furiosa porque no había entendido nada y la película no les había gustado. Les parecía que era una especie de engaño. Yo en el coloquio me irrité bastante. Dije que aquello no era un cineclub, que era un cine de pueblo; vamos, un corral».

Una cosa que sorprende es que cuando el luego eximio escritor habló de su estancia en León se dolía de que aquí no se podía hacer nada, ni descollar en nada, porque todo el espacio literario y periodístico estaba copado por Victoriano Crémer, que ejercía el papel de hombre crítico en la urbe dentro de las posibilidades que había en el régimen.

«La vida cultural –explicaba exactamente– estaba presidida por Victoriano Crémer. Crémer, crítico oficial que aparte de poeta era cronista radiofónico y hacía una crónica diaria donde se permitía enfrentarse a algunas cosas: era más o menos el hombre rebelde de la ciudad dentro de los límites de la época. (...) Supongo que a él, que reinaba culturalmente en la ciudad, le tendría que molestar de alguna forma que de pronto llegara alguien de fuera mucho más joven haciendo un periodismo radiofónico que también era crítico, pero que seguramente tenía unos modales más modernos, más avanzados que los suyos. En todo caso, yo por entonces, tenía por él un respeto como poeta dentro del panorama de la poesía social; lo que ocurrió fue que cuando yo tuve los primeros problemas, él se puso abiertamente en contra de mí, desde su emisora, lo cual era un poco contradictorio con sus ideas, pero al fin y al cabo, él estaba en la emisora de la competencia».

Y lo que más le choca es el hecho de que hubiera un tiempo en el que Crémer eclipsara a Umbral. Es muy probable que el fracaso de aquí le diese el empujón necesario para irse a Madrid donde luego triunfó. En su libro ‘La noche que llegué al Café Gijón’ relata con su maravilloso estilo ese tiempo de después de León.

Lo más triste es que en el retrato de Umbral en León lo que peor sale es León, no sólo no haciendo nada por los talentos que le nacen sino esforzándose en espantar los que le llegan. Lo mismo en los años sesenta que ahora. «Hasta que el alcalde de la ciudad (un militar), la letal amistad de los compañeros y los teléfonos anónimos me echaron de León, la ciudad de mi madre, del yo perdido de la infancia. Contra aquel alcalde fáctico, contra la Sección Femenina, contra la prensa del Movimiento, contra los reticentes- insultantes poetas locales, yo y mi vocación».
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