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El desconcierto democrático

09/05/2021
 Actualizado a 09/05/2021
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Los enfrentamientos constantes a base de insultos e improperios en el Parlamento español, y la ignominia preliminar de las recientes elecciones a la Asamblea de Madrid, a base de pedradas, o balas y navajas postales –sea verdadero o falso–, demuestran que en España, país de camareros, la democracia no parece estar en su mejor momento. Resulta paradójico, hasta cismático, que una tal Monasterio y un tal Iglesias se lleven a matar, ¡por amor de Dios, es ya el colmo!

Pero está demostrado que la democracia es el sistema político menos malo. Los momentos de crisis de la democracia se han venido sucediendo, pero siempre se ha vuelto a las andadas democráticas. Por recordar solamente algunos, sin ir muy lejos en el tiempo y en el espacio, al comienzo del siglo XX la democracia fue atacada varias veces en su arquitectura y en sus instituciones. Pero se superaron los horrores del fascismo y del comunismo. Tampoco la revolución del 68 parisino y las turbulencias terroristas en Italia y Alemania de los años setenta consiguieron dejar desnudos los implícitos caracteres imperialista y monopolistas ocultos en los regímenes democráticos.

Para consolidar su progreso, la reencontrada democracia dio origen, en primer lugar, a una densa red de estructuras, instituciones y servicios que hubieran sido inimaginables bajo otros regímenes: parlamento, administración, escuela y sanidad públicas, fuerzas del orden.... En segundo lugar, el régimen democrático no ha dejado de tener su influencia sobre los sentimientos y las costumbres. Pero la apariencia democrática esconde a personas en absoluto demócratas. Por ejemplo, hoy es raro que el derechista a ultranza diga no estar a favor de la libertad y de la tolerancia. Pero, llegado al poder, mandaría a ambas a freír espárragos.

Estamos en manos de políticos profesionales que en parte se alejan de sus representados y se convierten en una casta que inspira desconfianza. Entrar a formar parte de los partidos políticos es una bicoca, incluso hay pelea por ocupar los primeros lugares de las listas electorales. Es verdad que aún está ahí, aparentemente intacta, la mentalidad democrática: trabajo, salud, educación, libertad de expresión y opinión, religión, credo político, etc. Pero algunas teselas de esa mentalidad comienzan a moverse y a separase del mosaico, sobre todo tras el choque con las doctrinas neoliberales. Por ejemplo, se ha difundido cierta perplejidad ante el carácter público de algunos servicios y recursos (sanidad, servicios sociales, educación, etc.), porque lo privado funciona mejor que lo público. Muchos ciudadanos piensan que en el paradigma democrático se esconde el germen de la corrupción. Las fuentes de estas críticas podemos resumirlas en dos. Por una parte, están los movimientos antidemocráticos que abusan de las libertades democráticas para destruirlas, a los que la democracia les parece, porque no va con la condición humana, de suyo autoritaria. Por otra parte, están los movimientos hiperdemocráticos, para los que las dosis de democracia de los regímenes actuales es insuficiente. Estos últimos sostienen que las ventajas atribuidas al sistema democrático aún no se han realizado.

Hoy la democracia sirve a los poderosos para operar sin ser molestados bajo la protección de los propios sistemas democráticos. No es sorprendente, por lo tanto, que el paradigma democrático muestre falta de aliento y una creciente incapacidad para hacer frente a la polarización extremista, entre otros graves problemas sin resolver que hay sobre la mesa.
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