09/06/2021
 Actualizado a 09/06/2021
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Nunca he creído que Helena fuera la culpable de la guerra de Troya. El mismo Príamo la exculpa: esta guerra es cosa de los dioses, le dice contemplando el duelo desde las murallas. Otros opinan que fue la codicia por hacerse con las riquezas de la próspera Troya lo que llevó hasta sus costas las naves de los griegos. De todos aquellos, el más codicioso, sin duda, era Agamenón. No tuvo que ser fácil ser su hermano pequeño. Pobre Menelao. Le doy vueltas al papel secundario de Menelao, siendo como era el marido agraviado, siempre a la sombra de su hermano mayor.

Escribo a mano. Ahondo en esa relación desproporcionada. De pronto la duda de la ‘h’ intercalada. Ninguna línea subrayando en rojo me indica error en la palabra. No hay corrector sobre el papel. Dejo Troya y a sus esforzados héroes luchando o feneciendo y me quedo pensando en estas herramientas tecnológicas que nos hacen más fácil la vida, al tiempo que nos mutilan capacidades. El corrector ortográfico, los navegadores, por supuesto, muy útiles. Pero hemos perdido la capacidad de orientarnos, de valernos.

Porque la vida no es fácil y no hay mejor herramienta para desenvolverse en ella que el esfuerzo. Si nos privan del esfuerzo, nos volvemos inútiles. Contaba Chillida que ya de joven tenía gran facilidad para el dibujo. Era diestro, en ambos sentidos. El artista que quería ser le alertó, como un angelito imaginario a la altura del oído, que el arte no podía ser tan fácil. Decidió aprender a dibujar con la mano siniestra, que no había pasado de muñón, hasta que la dominó. Sólo el esfuerzo sacó de él las formas, las texturas, los espacios, los volúmenes.

Creer que estos duendecillos informáticos nos liberan de ocupaciones rutinarias y prosaicas para disponer así de tiempo y creatividad para pensamientos y gestas más elevados se parece mucho a engañarse. ¿Quién recuerda de memoria un número de teléfono, un artículo del código civil, un soneto de Lope? Nos vamos olvidando y no veo qué ocupa el lugar de la memoria ni cuáles son sus frutos. El uso de herramientas nos diferencia como especie, nuestro éxito, en gran medida, ha dependido de ellas, pero unas nos mejoran y otras nos empobrecen. Guardémonos de que se conviertan en necesidades, en prótesis, en muletas. Un poco de esfuerzo sienta bien al ánimo y al cuerpo.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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