‘El caso Alcàsser’ y la telebasura
‘El caso Alcàsser’ y la telebasura
OPINIóN IR
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‘El caso Alcàsser’ y la telebasura
El paso del tiempo diluye las formas y los colores del pasado dando lugar a un recuerdo que en algunas ocasiones difiere mucho de lo realmente vivido. Este mecanismo nos permite superar ciertos traumas o situaciones extremas vividas, pero su efecto secundario es que muchas veces nos conduce a no aprender de los errores pasados, ya que el paso de las hojas del calendario va echando tierra sobre ellos hasta que consiguen mutarse en normalidad. Lógicamente la edad también influye en todo este proceso. Esta es la única explicación que encuentro para justificar la perplejidad y repulsa vomitiva que recorrió todo mi cuerpo mientras visionaba la serie de Netflix ‘El caso Alcàsser’.
El año 1992 fue sin duda muy especial para nuestro país, ya que fuimos los anfitriones de las Olimpiadas de Barcelona y de la Expo de Sevilla, pero también quedó marcado en rojo sangre por la barbarie que unos animales cometieron con Miriam García, Desirée Hernández y Toñi Gómez, cuyo único error fue hacer lo que por aquella época todos hacíamos, autostop. El que les escribe tenía por aquel entonces 14 años y les doy mi palabra de que mi recuerdo de lo vivido a través de los medios de comunicación, especialmente de la televisión, no tenía nada que ver con lo que presenciaron mis ojos atónitos mientras veía la serie creada por Ramón Campos y Elías León Siminiani. Bien es cierto que se debe tener cautela al examinar y juzgar los hechos del pasado, más o menos lejano, desde el presente, ya que la sociedad y sus creencias, valores e ideales evolucionan con el paso de los años y en muchas ocasiones hoy en día es muy difícil entender y aceptar cómo hace unas décadas o siglos nuestros antepasados directos cometían ciertos actos sin ruborizarse. Pero el verdadero problema no es el cambio de óptica con el que se ven las cosas, sino que esos errores del pasado que deberían haberse superado y guardado en la hemeroteca de los horrores vuelven a cometerse en la actualidad.
El papel que jugaron algunos medios de comunicación y periodistas en el caso de las niñas de Alcàsser no se puede justificar bajo ningún concepto y son un burdo ejemplo de cómo se sobrepasan y pisotean las líneas rojas que separan el periodismo de verdad de aquel al que se le pueden poner apellidos como sensacionalista o amarillo, pero que realmente es la antítesis del periodismo. Que Alcàsser se convirtiera en un plató de televisión y los periodistas de todos los medios invadieran esa localidad no tiene en principio ningún problema. Lo realmente criticable es cómo algunos convirtieron el dolor de un pueblo, una región, un país… en un burdo espectáculo. Pero cuidado, la responsabilidad no debe ser sólo descargada en parte del sector periodístico, ya que este sinsentido no hubiera sido posible sin la participación y complicidad ingenua de algunos familiares directos y amigos de las tres niñas y cómo no, de todos los españoles que estábamos pegados a nuestras televisiones consumiendo las lágrimas y el dolor de esos padres muertos en vida, viendo bocetos o fotografías de los cuerpos, escuchando cómo en directo y en presencia de los progenitores de las pobres niñas una periodista pedía a un especialista que describiera las lesiones y torturas a las que habían sido sometidas.
Por aquel entonces, el fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia, Enrique Beltrán, lamentó el juicio paralelo que se había llevado a cabo en algunos medios de comunicación y mostró su temor de que Alcàsser fuera el inicio de una moda en la que algunos convirtieran las tragedias en espectáculo. Lamentablemente hay que reconocer ciertas dotes adivinatorias a Enrique Beltrán, ya que desde ese 1992 no son pocos los espectáculos dantescos que unos pocos han producido para el consumo de muchos. El ejemplo más cercano en el tiempo ha sido el caso Julen, en el que algunos programas rosas fueron destiñéndose hasta adquirir un color amarillento que desprendía un intenso olor a putrefacción ética. Esto es lo preocupante, que en 2019 se cometan las mismas barbaridades que hace 27 años.
En las facultades de Periodismo y Comunicación Audiovisual se debería incluir esta serie dentro de la asignatura ‘Inicios de la telebasura’, para que los futuros periodistas vean con sus propios ojos lo que nunca deben hacer si no quieren pasar al ‘lado oscuro’. Pero dentro de tanto sinsentido también hay ejemplos positivos a los que agarrarnos y que aparecen en esta miniserie, como por ejemplo la labor de otros medios de comunicación y periodistas que no se dejaron llevar por la corriente popular y con la única arma de la información veraz y contrastada expusieron la realidad tal como era, aunque ésta no fuera la esperada y deseada por millones de personas, entre las que se encontraban algunos familiares de las niñas. Una cosa es contar la realidad y otra convertir un hecho trágico en un espectáculo. Una cosa es informar y otra entretener. Una cosa es ejercer de periodista y otra cosa es ejercer de…
El año 1992 fue sin duda muy especial para nuestro país, ya que fuimos los anfitriones de las Olimpiadas de Barcelona y de la Expo de Sevilla, pero también quedó marcado en rojo sangre por la barbarie que unos animales cometieron con Miriam García, Desirée Hernández y Toñi Gómez, cuyo único error fue hacer lo que por aquella época todos hacíamos, autostop. El que les escribe tenía por aquel entonces 14 años y les doy mi palabra de que mi recuerdo de lo vivido a través de los medios de comunicación, especialmente de la televisión, no tenía nada que ver con lo que presenciaron mis ojos atónitos mientras veía la serie creada por Ramón Campos y Elías León Siminiani. Bien es cierto que se debe tener cautela al examinar y juzgar los hechos del pasado, más o menos lejano, desde el presente, ya que la sociedad y sus creencias, valores e ideales evolucionan con el paso de los años y en muchas ocasiones hoy en día es muy difícil entender y aceptar cómo hace unas décadas o siglos nuestros antepasados directos cometían ciertos actos sin ruborizarse. Pero el verdadero problema no es el cambio de óptica con el que se ven las cosas, sino que esos errores del pasado que deberían haberse superado y guardado en la hemeroteca de los horrores vuelven a cometerse en la actualidad.
El papel que jugaron algunos medios de comunicación y periodistas en el caso de las niñas de Alcàsser no se puede justificar bajo ningún concepto y son un burdo ejemplo de cómo se sobrepasan y pisotean las líneas rojas que separan el periodismo de verdad de aquel al que se le pueden poner apellidos como sensacionalista o amarillo, pero que realmente es la antítesis del periodismo. Que Alcàsser se convirtiera en un plató de televisión y los periodistas de todos los medios invadieran esa localidad no tiene en principio ningún problema. Lo realmente criticable es cómo algunos convirtieron el dolor de un pueblo, una región, un país… en un burdo espectáculo. Pero cuidado, la responsabilidad no debe ser sólo descargada en parte del sector periodístico, ya que este sinsentido no hubiera sido posible sin la participación y complicidad ingenua de algunos familiares directos y amigos de las tres niñas y cómo no, de todos los españoles que estábamos pegados a nuestras televisiones consumiendo las lágrimas y el dolor de esos padres muertos en vida, viendo bocetos o fotografías de los cuerpos, escuchando cómo en directo y en presencia de los progenitores de las pobres niñas una periodista pedía a un especialista que describiera las lesiones y torturas a las que habían sido sometidas.
Por aquel entonces, el fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia, Enrique Beltrán, lamentó el juicio paralelo que se había llevado a cabo en algunos medios de comunicación y mostró su temor de que Alcàsser fuera el inicio de una moda en la que algunos convirtieran las tragedias en espectáculo. Lamentablemente hay que reconocer ciertas dotes adivinatorias a Enrique Beltrán, ya que desde ese 1992 no son pocos los espectáculos dantescos que unos pocos han producido para el consumo de muchos. El ejemplo más cercano en el tiempo ha sido el caso Julen, en el que algunos programas rosas fueron destiñéndose hasta adquirir un color amarillento que desprendía un intenso olor a putrefacción ética. Esto es lo preocupante, que en 2019 se cometan las mismas barbaridades que hace 27 años.
En las facultades de Periodismo y Comunicación Audiovisual se debería incluir esta serie dentro de la asignatura ‘Inicios de la telebasura’, para que los futuros periodistas vean con sus propios ojos lo que nunca deben hacer si no quieren pasar al ‘lado oscuro’. Pero dentro de tanto sinsentido también hay ejemplos positivos a los que agarrarnos y que aparecen en esta miniserie, como por ejemplo la labor de otros medios de comunicación y periodistas que no se dejaron llevar por la corriente popular y con la única arma de la información veraz y contrastada expusieron la realidad tal como era, aunque ésta no fuera la esperada y deseada por millones de personas, entre las que se encontraban algunos familiares de las niñas. Una cosa es contar la realidad y otra convertir un hecho trágico en un espectáculo. Una cosa es informar y otra entretener. Una cosa es ejercer de periodista y otra cosa es ejercer de…