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El cáncer de mamá

21/10/2021
 Actualizado a 21/10/2021
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Un chascarrillo habitual de cualquier maestro de Primaria cuando explica la importancia de las comas es que no es lo mismo gritar «¡vamos a comer niños!» que «¡vamos a comer, niños!». Y es que no da igual poner una rayita que dejarla de poner, que se lo pregunten a más de uno y a más de dos que se han buscado la ruina en algún lavabo del Húmedo. Pero, dejando la corrupción de la nariz a un lado y volviendo a la inocencia de la ‘Lengua’, el ejemplo más contundente de que una sola raya es diferencial queda patente ese día en el que el cáncer de mama se convierte en el cáncer de mamá. Quien dice mamá, dice papá, hermana, marido, abuela, mejor amigo o compañera de pádel.

Como sucede todos los años, estos días hemos visto la habitual marea rosa que lo mismo inunda redes sociales que marquesinas de autobús. No obstante, si la experiencia del cáncer en algún familiar o amigo deja algo claro es que, de tener color, esta enfermedad no es rosa. Más bien, un inexplicable marrón que el ojo suele confundir con un negro absoluto. Tal vez un apagado amarillo que gana espacio en una piel que antes era camaleónica solo en verano o quizá un verde oscuro en el que sumergirse rebuscando la esperanza. Cualquiera que haya sufrido el cáncer de mamá habrá distinguido estas tonalidades en la ‘resaca’ de una ‘quimio’ jodida, en el ‘shock’ de otra mala noticia o en una cena de Nochebuena con una silla vacía. La puta de la vida solo es rosa cuando deja en el armario sus tacones fucsias.

Sin pretender caer en ese otro extremo de ‘topicazos’ como que el 19 de octubre son todos los días o que se necesita más investigación y menos lacitos, sí que creo que es conveniente reflexionar sobre la frecuencia con la que se frivoliza respecto a esta enfermedad. Especialmente, cuando se abusa de la terminología bélica y se presenta al cáncer como una batalla en la que las ganas de salir adelante y la valentía individual de un guerrero conseguirán que ‘el bicho’ claudique. Como si el pronóstico no fuera todo, como si las nubes de tormenta fueran de algodón. Llegado el caso, el cáncer de mamá enseña que esa mamá no necesita presiones añadidas sino descansos añadidos, más comprensión que compasión y que le den una razón para reír por cada cien que ella ya tiene para llorar. Y es que en el cáncer de mamá, ‘eso que tú le das’... siempre lo tiene merecido.
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