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El camino olvidado

11/01/2020
 Actualizado a 11/01/2020
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Había una vez un perro y un hueso. Uno de esos huesos hirsutos como los que, tras los excesos navideños, anhelamos ver asomarse entre tanta adherencia carnal ganada a pulso. Y que propician nostalgias de volver a la buena senda del ejercicio saludable. Urge pronta reconciliación con la báscula del baño. No queda otra que diseñar un plan de evacuación de kilos sobrantes. Caminemos, tal vez veremos colmados nuestros deseos de tornar esas curvas imposibles en límites razonables. Puede ser buena idea, para los más ociosos y desocupados realizar el Camino de Santiago que la Unesco, hace exactamente 27 años, y tal día como hoy, declaraba Patrimonio Común de la humanidad. Se trataba del Camino Francés, claro, porque como bien sabes, instruido lector, versada lectora, hay tantos caminos como peregrinos. Hay otros que convendría recuperar para beneficio de zonas geográficas que parecen haber dejado de computar para los que gobiernan esta santa península.

Lo hablaba con un compañero de Guardo el otro día durante uno de esos edificantes recreos que aligeran la mañana.

¡Lo que era Guardo! –me decía– recuerdo las cabalgatas de Reyes de niño. La plaza abarrotada de gentes. Este año apenas un tercio. Con el cierre de las minas y la térmica todo el mundo se está yendo. No hay alternativas. Y poco turismo. De vez en cuando algún peregrino que se deja caer. Pero todos extranjeros. Españoles pocos.

Y yo le contaba lo mismo de mi pueblo minero, Matallana. Y curiosamente me percaté de que por ambos municipios, pasa ese camino de Santiago de nombre ausente. El Camino Olvidado que discurre por Cistierna, Boñar, La Robla, Cacabelos y Villafranca del Bierzo. Una ruta casi perdida en el rincón de la memoria de la historia. Que parece haberse olvidado de que una vez por las calles de esos pueblos reinó, a raudales la vida corriendo en torrente de la misma manera que el carbón llenaba a rebosar aquellas vagonetas repletas. Esa amnesia tan consustancial al ser humano. Promesas ministeriales, sueños de independencia, líneas de subvenciones europeas que pretenden frenar el vaciado rural, delirios de grandeza que se disipan como polvo de senderos. ¡Cuántas cosas nos prometen para luego dejar olvidadas en el limbo de los justos desocupados! Pero siempre pueden desempolvarse proyectos aparcados como la integración del Feve en León o, desbrozar caminos como los de esos pueblos vaciados en los que ya tan solo se escucha el ladrido lejano de aquel perro que mirando al solitario hueso le dice «Tu estarás muy duro, pero yo no tengo nada que hacer».
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