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El Camino de Santiago, Jambrina y algunas cosas más

15/02/2021
 Actualizado a 15/02/2021
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Sé que hay varias iniciativas a favor de promocionar el Camino de Santiago, que transcurre, en una buena parte, por nuestra provincia. Como se sabe, estamos en año Jacobeo, o Xacobeo, que, por si fuera poco, se ha extendido también al año próximo, por aquello de las dificultades de la pandemia.

Más allá de las cuestiones espirituales y religiosas, que me parecen muy respetables, faltaría más, creo que el Camino de Santiago siempre ha tenido esa gran vocación de médula espinal de Europa, de camino cultural y antropológico, auténtico espinazo de un continente que puede buscar, en el viaje, en el camino, una identidad colectiva muy necesaria, y más en estos tiempos de crisis. Lo mejor de las fronteras es atravesarlas. Hacer que no existan, en lo posible, y esa es una de las grandes cosas de la Unión, porque supone un reconocimiento de la confianza y del poder de la libertad.

Europa se construyó a través del viaje y del intercambio. No sólo por tierra, evidentemente, sino a través de las grandes navegaciones comerciales, de la llegada de pobladores de Asía, de los movimientos de población que nos tiñeron de ideas y de narraciones que tanto se pueden encontrar en los mitos atlánticos como en la India, o en otros lugares. Sabemos que lo que importa es el viaje. Y sabemos que quizás no sea tan importante el destino, lo diga Homero o Kavafis. La gran suerte de que gran parte de este país esté surcado por varios caminos jacobeos, con todo lo que eso implica de conexión cultural, con todo lo que explica la identidad de Europa desde la Edad Media, y, ya puestos, incluso desde Roma, a través de algunas vías más o menos coincidentes, no ha sido suficientemente aprovechada.

Afortunadamente, el Camino goza de buena salud. Quiero decir, entre la gente. He vivido muy cerca la pasión de muchos peregrinos, he comprobado cómo los norteamericanos se han volcado en hacerlo, a pesar de que les pilla lejos, fundamentalmente después del éxito que allí tuvo la película ‘The Way’. Por no hablar de la pasión con que acuden muchas gentes de Europa central, el refuerzo del camino inglés, o del camino por mar, que tan maravillosamente ejecutaron los irlandeses hace un par de veranos, o algo más, saliendo, como marca la tradición, desde el puerto de Dingle. He conocido esto de primera mano. La felicidad de los remeros, luchando contra las olas siempre difíciles del Atlántico, la fiesta al llegar al claustro del antiguo Hospital y hoy Parador de los Reyes Católicos, en el Obradoiro, y luego, sí, esa mala noticia de la muerte del poeta y constructor de barcas, uno de los que completaron la travesía, el gran Danny Sheehy, trágicamente ahogado en la última parte del viaje, cuando se dirigían hacia Portugal, en la boca misma del río Miño. El verano anterior había escuchado a Sheehy recitar sus poemas en irlandés en el mismo corazón de Compostela.

La potencia del Camino de Santiago es inmensa. A los peregrinos y caminantes les basta el viaje, la conversación, la sensación de que, en efecto, el mundo es uno, y todas las fronteras, las barreras y los muros apenas son otra cosa que inventos humanos, algo que se diluye como un azucarillo cuando existe de verdad la comprensión, el respeto por el otro y la amistad. Pero, aunque a ellos les basta el viaje, lo cierto es que esta ruta milenaria significa mucho más. No se puede poner en duda la grandeza de un viejo camino que sigue articulando una Europa muy necesitada de encontrar una identidad común y compartida.

La potencia implícita en esta conexión con el resto del mundo que proporciona el Camino de Santiago, a pesar de las mejoras en los refugios, o del discutible apoyo a los pueblos que están en el itinerario (en unos sitios más que en otros), no ha sido aprovechada hasta hoy suficientemente. A veces no nos percatamos de que gran parte del desarrollo local, que en la España vaciada se necesita como el comer (y gran parte del Camino atraviesa esa España vaciada), debería articularse siempre con una mirada abierta y cosmopolita: yendo de una vez por todas más allá de las bardas de nuestro corral.

De todo esto hablé hace unos días con Luis García Jambrina, que acaba de publicar en Espasa otro de sus ‘manuscritos’, en este caso ‘El manuscrito de barro’, que, como saben, y ya son cinco novelas las publicadas, tienen como protagonista al famoso ‘pesquisidor’ Fernando de Rojas. El zamorano García Jambrina, profesor de la Universidad de Salamanca, goza lo suyo construyendo estas aventuras en las que la historia se combina con el enigma y el suspense, con el viaje y el descubrimiento. Y el lector, a buen seguro, también gozará con ellas.

«Me suelen asaltar muchos temas cuando me pongo a escribir», me dice, «pero es que el Camino de Santiago es una mina, se mire por donde se mire. Me apetecía ofrecer mi visión, contar cómo era el Camino en el siglo XVI. Y el primero que quiere saber cosas soy yo. Esta vez encontré además la ayuda de un gran conocedor de Hermann Künig, ese monje alemán que escribió una de las grandes guías del Camino de Santiago, en 1495. Es una vía que me descubrió y me mostró este profesor lucense, Javier Gómez, al que dedico la novela, que en cierto modo me acompañó desde el principio como hace el propio Elías do Cebreiro, un personaje mío basado en el cura Elías Valiña, que acompaña a Fernando de Rojas en la trama de ‘El manuscrito de barro’. Creo que son dos amistades comparables, forjadas precisamente al calor y a la luz del Camino».

La pasión de García Jambrina hablando de sus descubrimientos en torno al Camino de Santiago se parece mucho a la pasión que deberíamos poner a la hora de promocionar la ruta como vehículo de construcción paneuropeo. Europa demanda herramientas que contribuyan a la construcción colectiva, al conocimiento de todas las culturas que nos han formado históricamente. Y necesitamos que todas las comarcas del interior, los pueblos abandonados, las rutas olvidadas, los lugares vaciados, vuelvan a despertar. A ser tenidos en cuenta. La cultura es un motor de desarrollo mucho más importante de lo que algunos creen.

«Me gustaría que la pandemia nos trajera una especie de Renacimiento. Ya ha pasado en otros momentos de la historia. No será fácil, pero creo que tenemos que cambiar algunas de nuestras prioridades. Yo mismo describo las dificultades que surgieron en el siglo XVI, con la decadencia, la inseguridad para los viajeros, y el auge del luteranismo, que no favorecía el desarrollo de las peregrinaciones. Pero el Camino ahí sigue. Explicando en gran medida lo que somos, y lo que podemos ser», concluye Jambrina.
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