El baúl de los recuerdos

21/12/2018
 Actualizado a 12/09/2019
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Cuando los karaokes de las cenas navideñas se meten en la madrugada es inevitable llegar a Karina... y el baúl de los recuerdos.

Dice un revolucionario leonés, hijo de mayo del 68, que «lo duro de todas las reuniones clandestinas es que a última hora veías a los camaradas abrazados cantando ‘Soy rebelde’, de Jeanette, que es la puerta que desemboca en ‘El baúl de los recuerdos’ de Karina, terrible».

Es lo que hay. Da la impresión que el éxito está en un título que a todos nos evoca cosas, hechos y tiempos, y no es cosa menor recordar que cuando solo había una televisión, en blanco y negro, la tal Karina gozaba de los privilegios de las galas de Navidad y otras fechas señaladas.

Tal vez el éxito radica en que todos padecemos un poco el síndrome de Diógenes, que todos tenemos nuestro baúl de los recuerdos y nos cuesta deshacernos de todo aquello que significó algo para nosotros... aquel histórico coche que fue el primero que tuvimos y con el que llegábamos orgullosos a las fiestas, derrapando al marchar al final de la verbena; aquellas piezas del viejo tractor que siempre creemos que seremos capaces de darles una segunda vida aunque nunca llegue; las ruedas ya inútiles pero que estamos convencidos que algún día servirán para tiesto de flores...

Hierros, maderas, cables, cuerdas, gomas, el baúl de los recuerdos.

Realmente sí sirven para algo, para que el gato tenga mirador y escondite.
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