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El barrio ferroviario

29/03/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Desde muy pequeño el ferrocarril ejerció siempre, en mí, una singular atracción. Supongo que para todos los niños de aquellos años de grandes, y también pequeñas, máquinas de vapor, monstruos enormes que venían hacia ti como en la películas, el impacto visual era sobrecogedor. Tiempos en que te acercabas a las vías en cualquier estación o jugabas a poner una moneda en el carril a la espera de que uno de esos monstruos admirados te la convirtiera en una chapa redonda dos veces más grandes.

Ahora los Talgos (menudo avance y orgullo nacional fue aquél), Aves, Alvias y todas la nuevas generaciones de trenes son más bonitos, más aerodinámicos y todo lo que se quiera, pero como aquellos trenes maravillosos, sonoros y tan cercanos a pesar de todo, no había nada. Vamos que donde esté el Oriente Exprés y todas sus historias…

Así que, como todos los niños de entonces, yo quería un tren eléctrico o de cuerda, lo mismo daba. Y nunca lo tuve. Pero la idealización y el gusto por el ferrocarril, no desapareció. En realidad, fue a más, tanto que cuando nació mi hijo segundo, niño varón él, ese mismo día, 5 de enero, le (me) regalé un Ibertren, que entonces era lo que molaba. Y luego muchos vagones, locomotoras, vías y de todo, más. Hasta hoy.

Así que no he sido ferroviario, pero sí que soy ferrocarrilero.

Y por eso me encanta la exposición que sobre el barrio ferroviario se acaba de inaugurar. Por eso, y por los recuerdos que eso tiene y la tristeza que no menos produce la decadencia que, en este asunto del ferrocarril, como en otros, se ha producido aquí y ahora. Bueno, y antes también, que esto viene de lejos.

Restos de un pasado glorioso, ganado sobre la llegada del ferrocarril y con él la modernidad, la industria y el desarrollo de las regiones.

Porque el tren, que de esa manera siempre lo hemos llamado, aquí, como en todos los sitios a donde llegó, transformó y cambio la ciudad.

Las industrias se ubicaban en su entorno pues era el mejor sistema para resolver el transporte, tanto de suministros para su funcionamiento, como de los productos manufacturados.

Y qué decir de los viajeros, que así disponían de un sistema de transporte de larga distancia en un país con una red de carreteras penosa y un sistema de transporte que era, en los finales del XIX, de caballo y carreta.

Y así, en León, para sus principios, el Ayuntamiento aportó 33 Ha en 1855, aunque luego pleiteó y pleiteó, por diversas causas y terrenos, hasta más o menos 1945. No fue desde luego un amor incondicional. Pero esa es otra historia.

Con todo, y ya que el progreso, cuando coge carrerilla, no hay quien lo pare y, como consecuencia de la posición geográfica de la ciudad, aquí se generó un núcleo importante para el ferrocarril como nudo hacia Asturias y Galicia conectado con Madrid y Barcelona.

Aquí estuvo la cabecera de la 7ª Zona de Renfe, los talleres y un buen núcleo industrial. Aquí, a su alrededor, estuvo Abelló, Elosúa, la Jabonera Leonesa, bodegas Armando y, algo más allá, Antibióticos o talleres Celada, y alguno más que no recuerdo.

Y, con todo ello, en su entorno, todo un mundo ferroviario de empleados y trabajadores.

Para los que en la postguerra vivíamos en la margen izquierda del Bernesga, entonces jóvenes tirando a niños, el barrio ferroviario, con todo y ser un núcleo importante, rico en gentes e industrias, estaba lejos, al otro lado del río, una barrera urbanística importante, a veces casi infranqueable, y que a veces, solo a veces, la atravesábamos cuando íbamos a coger el tren. Y además había que pasar el fielato, al otro lado del puente de los Leones. ¿Recuerda alguien aquello? ¿Y la vía que atravesaba esa calle, pasando por los dos pilaretes, hoy restaurados, que están en la ilustración que acompaña este escrito?

Bueno, en realidad no siempre se hacía infranqueable pues reconozco que, algo más adelante, ya menos niño aunque bastante joven en todo caso, algún contacto tuve, en forma de uno de esos tonteos de juventud, con otra también joven allí residente, Estela se llamaba, que tenía unos ojos nórdicos de tirar de espaldas. Pero duró poco y no llegó a nada. Un buen recuerdo, en cualquier caso.

Y el tiempo fue pasando y, poco a poco, ya lo sabemos, todas aquellas industrias, la Jefatura de Zona, los talleres, desaparecieron o se mudaron, y con ello el barrio, en silencio, se fue muriendo.

Por eso es de agradecer esta exposición, recuerdo justo de pasada gloria, que ha montado el Ayuntamiento (hoy ya bien avenido con el ferrocarril, aleluya) y la Asociación Ferroviaria Reino de León.

Y si alguien tiene a bien ampliar el archivo fotográfico del barrio, diríjase los bajos de la antigua casa de Don Valentín, en la Avenvia Palencia 4, al grupo Solitium.
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