26/06/2020
 Actualizado a 26/06/2020
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En seis meses he subido al pico Teleno dos veces, una antes de la Covid para celebrar el año nuevo que empezaba lleno de promesas y otra después de la Covid para celebrar el fin del estado de alarma (y de las promesas).

En seis meses el mundo se ha dado la vuelta. Pero el monte Teleno sigue ahí; es el monte que me ha observado en todos mis vaivenes vitales. El monte misterioso: mi madre mirando a mi padre con preocupación aquel invierno que fuimos a ver la nieve en sus faldas, eso que había en el cortafuegos qué era, ¿huellas de lobo?, y un viento gélido se levantó y de pronto allí arriba lo vimos, una silueta huidiza cruzando la nieve, y volvimos al coche sobrecogidos, y eso qué era, el lobo en la nieve en las faldas del Teleno.

El monte científico: aquel verano que vinieron mis amigos ingenieros de montes al refugio de Tabuyo porque estaban haciendo la tesis doctoral sobre los pinos, esa especie cuyas piñas se cierran con el fuego protegiendo los piñones, y pensé, qué lugar tan especial, con pinos especiales y mariposas por los senderos y el aroma resina a los pies del Teleno. El monte mítico: sobre el que corren las leyendas, y se escucha el eco del orgullo en la voz de los que han estado arriba.

El monte terrible: cuando fui con mi padre a buscar los petroglifos de Peñafadiel un día revuelto de noviembre, el viento del noroeste barría las hierbas altas, y la cumbre del Teleno se alzaba delante de las piedras talladas como un dios al que rendir tributo, y no sabíamos que sería uno de nuestros últimos paseos juntos, mi padre y yo y el Teleno.

Y el monte imaginado: como escenario de mi novela, ‘Pájaro del Noroeste’ –que se publica el próximo octubre–, como escenario donde se mueven sus personajes entre la ternura y la crueldad, como escenario de sus relatos de vida y muerte.

Y el monte real: porque todos estos años acariciaba la idea de subir a la cima, y ahora he comprobado su belleza áspera, nada amable, he subido por esas sendas cruzadas de brezos y escobas tan altas como un ser humano en las que nos dejamos la piel, por esos canchales brillantes y acerados, y no hay descanso en la subida, es un monte desnudo, que en este 2020 he subido dos veces, sí, por una cara y por la otra, por la norte antes de la Covid y por la sur después, y no sé si habré de subirlo de nuevo para cerrar este ciclo lleno de promesas incumplidas y vidas en suspenso.
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